De cuando el carbón también se sacaba en los chigres

De cuando el carbón también se sacaba en los chigres

Lavadero Antracitas de Gillón

A la memoria de Potolo que nos dejó demasiado pronto

Como quiera que no deseo que este artículo se les haga demasiado largo, y dada la experiencia que en este tipo de publicaciones he adquirido a lo largo de los años, prefiero mostrárselo en cuatro estampas (El entorno, El personal, El tajo y la rampa en la barra y Agua contra el polvo) dado que he comprobado que es mucho mayor el número de lectores que se acercan a los escritos cortos que a los largos. Deben de ser cosas “de la modernidad”

El entorno

Nos encontrábamos en el inicio de los años ochenta. El concejo cangués, y por ende su capital, vivían una época económica esplendorosa. Subían los sueldos sin cesar; se construía mucho y un tanto sin control alguno; los sueldos mineros ayudaban a industrializar las aldeas; el transporte alcanzaba su máximo apogeo; las industrias auxiliares de la minería se expansionaban; florecían talleres mecánicos, comercios y bares, y la venta de coches y de los tractores llamados Pascualinos crecía como la espuma. La población, que había bajado los años anteriores tras el esplendor de los veinte, se recuperaba de nuevo con la llegada de inmigrantes situándose un poco más allá de los veinte mil vecinos.

Se alternaba como si fuese a acabarse el mundo y hubiese que amenar en la tarea.

Los trabajadores de las minas, trabajasen o no en el interior, eran los protagonistas absolutos. Tras terminar su turno, bajaban en los autocares con sus bolsas y fardelas y se distribuían por los bares en cuadrillas. Se alternaba como si fuese a acabarse el mundo y hubiese que amenar en la tarea. Era un no parar en el trabajo y en el alterne. Iniciada la tarde, cuando se producía el relevo del primer turno, los autocares paraba en La Vega: uno, dos, tres, cuatro… de una mina… de otra…

En el antiguo Molinón, donde ahora se encuentra la Sidrería Narcea, nos cuenta Ángel Amago, su propietario en aquel entonces, que cada tarde se preparaban grandes tortillas sin parar.

-Bajaban hambrientos y se distribuían en grupos. Dos o tres tortillas para cada grupo y una caja de vino de Rioja. En cuando daban cuenta de ello se liaban con los Cubalibres. Y una ronda y otra, y otra, hasta que se iban yendo para seguir alternando por otros lugares.

Fue una muy buena época, en la que se ganaba dinero y que a algunos les permitió seguir adelante con nuevos negocios

Ángel reconoce que fue una muy buena época, en la que se ganaba dinero y que a algunos les permitió seguir adelante con nuevos negocios. Claro que, como ocurre siempre, precisa, también se derrochó mucho.

Mas si el trabajo físico terminaba con el fin de turno en el tajo y la llegada al bar, no ocurría así con el mental. Unos y otros seguían sacando carbón como posesos y discutiendo esta o aquella manera de hacerlo, o la incompetencia del vigilante, o lo malo que era el guaje, o el picador, según el que hablase, o lo bueno que era determinado tajo para negociar un buen acuerdo de arranque.

Continua mañana

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R. Mera