Dejemos a los niños ser niños
En este mundo que nos está tocando vivir lleno de normas y de moralinas de izquierdas y de derechas; de consejos cuasi obligatorios y de formas de vida que nos vienen dadas por el buenísimo , el reglamentarismo y las instrucciones sobre qué cuánto y cómo hay que comer, estudiar, salir o entrar, poner el aire acondicionado o no, leer o no leer esto y aquello, estudiar más o menos, cuándo y cómo hay que vestir o en qué numero de ocasiones hay que ir cada día al escusado, que antaño se decía, y hasta cómo, cuándo y dónde hay que tirar los voladores Y visto que los más afectados son los niños, (no porque lo son sino por lo que van a ser), a los que los padres sobreprotectores no dejan ser niños y por tanto no podrán ser mañana adultos responsables, creo que ha llegado el momento, si los padres no lo hacen, de que los abuelos nos unamos, nos decidamos y tomemos las riendas del hacer de aquellos, que los enseñemos a ser y vivir como niños.
Confieso que he sido y sigo siendo un abuelo de esos que instan a los niños a saltar sobre el agua de los charcos, a tirar piedras a los pájaros que acuden a huertos y sembrados; a robar manzanas al tío Juan, a cazar lagartijas, grillos y saltamontes, y lanzar piedras al rio de manera que rebotasen al menos tres veces entre otras, incluso a que tiren con carabina a los grajos que dan la matraca a la entrada del pueblo.
Quizá por ello quiero niños que jueguen a la pelota bajo la lluvia o en el barro, niños liberados de reglas y entrenadores de ocasión con ínsulas mouriñianas. Niños que cuando acuden al pueblo de los abuelos llamen a las vacas por su nombre y las arreen camino del prao palo en mano; niños que distingan la cagada de una de ellas de las del oso que de vez en cuando se acerca al pueblo, incluso de que la revuelva con un palo para ver que ha comido el plantígrado. Que marche al monte con el tío a controlar los caballos, que suelte algún taco que otro y que sepa quiénes son las chavalas más guapas no solo del colegio, sino también del pueblo. Y que en las fiestas y romerías baile con las primas pasodobles, la música de Vicente Díaz y las cumbias y rumbas del acordeonista de turno.
Niños y adolescentes que se rompan la camisa en juegos de fuerza y no les importe lucir una comprada en el mercadillo, y una pitaera o descalabradura en la cabeza producto de una pedrea con los del otro barrio; que no se sientan ecologistas, animalistas, feministas, twuiteros profesos, tictoqueros de devoción, veganos o progresista y sepan distinguir unos árboles de otros y un cabrito de un cordero. ¡Que se sientan niños!
Y que padres protectores y gobernantes dirigentes y direccioncitas de pensamiento y acción, les dejen vivir en libertad su niñez. La infancia y la adolescencia solo se viven una vez, y si nosotros, con nuestros buenísmos, sobreproteccionismos y chuminadas no les dejamos que así sea, flaco favor les estamos haciendo.
Y rompiendo todo los dictados de lo poéticamente correcto les diré que yo y otros tantos abuelos, seríamos inmensamente felices si nuestros nietos, en lugar de ser influencers quisieran ser monaguillos para refanfinflar al cura y amarrar algunas propinillas. Que así sea