San Tison arriba… y San Tisín abajo…. Rezando bajo la lluvia

San Tison arriba… y San Tisín abajo…. Rezando bajo la lluvia

Pues verán ustedes. Llegado San Tiso, el director de La Maniega me encargó acudir al barrio y elaborar un reportaje para la revista. Uno es un bien mandado y cámara en ristre acudí a San Tirso, el viernes día 28 de enero del 2001 como mandan los más puros cánones.

Revirado debía de andar el santo porque llovía a chuzaos, regatos y regueras se habían salido de madre y todo amenazaba un nuevo diluvio universal

 Máquinas, boli, cuaderno, paraguas, abrigo, guantes, micro…, demasiado barullo para tan solo dos manos. Decidí acudir a mi santa (esposa se entiende) para que oficiase de becaria periodística y acudimos a la cita festiva. Más bien de paraguas. El río bajaba gafo y arrastraba ramas, madera, arboles  y todo cuanto se le ponía por delante. Agua, agua y más agua. Pero bien se cuidaron los cangueses de que el vino y aquella no se mezclasen. Nadie se arredró  y los fieles de San Tiso homenajearon al santo patrón en una jornada en la que la dichosa lluvia no logró restar protagonismo a la presentación del vino nuevo, ni impedir que los voladores anunciasen la apertura de las bodegas. De una u otra forma se agradeció al santo la bondad de las últimas cosechas y el buen vino obtenido.

Y miren ustedes, aquí empezaron mis dudas. Don Jesús, que oficiaba la misa hablaba de San Tirso, mártir, y, sin embargo yo había acudido a San Tiso, sin erre.

Acudo a Milia para que, como natural del lugar y ducha en historias del mismo, aclarase mis dudas. ¡Buena la hice!

-Mira Mera, no te enteras de nada. Atiende; me dijo

Antes, y de siempre, en esta capilla había dos santos: San Tiso, que estaba arriba, y San Tisón, que estaba abajo. No hace muchos años, los curas quitaron San Tisín y bajaron a San Tisón del trono. No nos gustaba y cuando veníamos las mujeres a limpiar los volvíamos a poner en su sitio. Para más cosa nos dijeron después que San Tisín no era San Tisín, sino San Julián o algo así. Pero bueno, nosotras los seguimos llamando como siempre, pero de San Tirso, nada. A lo mejor es que los curas llaman así a San Tiso.

Los que estábamos allí reunidos no lo veíamos muy claro, incluida su hoja Margarita que inmortaliza en su cámara aquel momento. Y Milia llama a su hermana Narbolina para que apoye su tesis.

-Oye Narbolina. ¿Dónde estaban antes San Tiso y San Tisín?

-Hay nena, ¿dónde iban a estar? San Tiso arriba y San Tisín abajo.

-¿Y no se llamaron así de siempre?

-Siempre llamáronse así.

-¿Lo veis? San Tiso arriba y San Tisín abajo.

Pues clarito todo, al menos para ellas

La pequeña capilla, primordialmente adornada por el toque que aportó la familia Toraño, no pudo acoger a los numerosos fieles que hasta allí acudieron y que hubieron de seguir la Santa Misa bajo los paraguas o los soportales cercanos.

Visto el lio habido con el santoral, unos y otros, ya que nos sabíamos mojados por fuera, decidimos mojarnos también por dentro. Y a fe que cumplimos. El personal se distribuyó por las bodegas del barrio en las que sus propietarios ofrecían el vino nuevo. Y aquí un consejo, especialmente para los foráneos: Ha de beberse el vino en un recipiente de madera vieja, llamado cacho, o cachu en algunos casos, que pasa de mano en mano y que confiere a las reuniones una especial ritual de comunión y hermanamiento. Y así se hizo.

Hubo acuerdo unánime: vino bajo en taninos, con adecuado equilibrio alcohólico, suave entrada en boca y poca acidez, con la frescura natural que aportaba cada bodega. Resultó estupendo.

Bajo la experta dirección de Joaquín Fernández Hisve, y de José Manuel Vidal, su cuñado, metimos boca al tinto elemento y confirmamos lo señalado por los expertos allí congregados respecto al vino. Señalamos entre ellos a Juan Quiosco y la saga, Dolores incluida; Manolo Blanco, que hubo de aligerar por culpa del neno que le reclamaba; Evencio, que ya había procesionado por otras bodegas y Anita, que intentaba poner un poco de orden sin conseguirlo. Pero no solo fue el vino, también los productos de la tierra con los derivados del cerdo a la cabeza como especiales protagonistas, merecieron los más notables elogios

En San Tiso, barrio ya de la villa canguesa, viven ocho familias, algunas de las cuales también elaboran vino, aunque las bodegas que lo siguen haciendo en mayor cantidad pertenecen a vecinos del cercano pueblo de Llamas de Ambasaguas que eligieron este lugar, a orillas del Luiña, como más idóneo para hacer dormir sus caldos.

Son seis viejas bodegas  plenas de buen hacer y solera como las de Rosa, Santiaguín, Reguera, Santiago, Perico y Penas. Al propietario de ésta, José Fernández, que ronda los noventa años, le correspondió en éste, y según una rotación establecida por ellos mismos, el organizar la fiesta.

Dado el mal estado de las carreteras, los desprendimientos y la lluvia que inundaba los caminos, y por el aquel de si tenía que soplar a la vuelta, José decidió bajar de Llamas a San Tiso en burro “como siempre lo he hecho”, sentenciaba con rotundidad. Y en burro volvió.

Con la nieve rondando la villa, el popular San Tiso abrió el ciclo festivo del concejo cangués.

¡Ahh! ¿Qué como volvimos nos? Eso, el director de La Maniega no me autorizó a publicarlo. Sigue pues la prohibición.

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R. Mera