Desde CANGAS:Viajando junto a las sequías de mayo

Algo no cuadraba en el tiempo ni el ambiente. Había dejado atrás los ahora depauperados pantanos de Villacañas y García de Sola, en la  provincia de Badajoz, y me adentraba despacio en la de Ciudad Real observando los cambios de paisaje.

¡Eran las cigarras! ¡Las chicharras de mi niñez y juventud que nos cantaban!  Eso era lo que no cuadraba. ¡Y hacía calor! Mediaba mayo y hacía calor, pero las cigarras no habían acudido a su cita.

Estaban tristes los campos, ayunos de aguas, secos, vacíos…

Hago parada en Viso del Marqué más de cincuenta años después de haberlo visitado por primera vez, en aquellas juventudes de escritos y poesías viajando en unas alforjas y  de la mano del que fuera  gran poeta barroco y compañero de trabajo durante muchos años, Alfonso Yuste.

-Mire usted, tengo setenta años y nunca he visto nada igual, cayeron una gotas en febrero y así seguimos. Se ha perdido todo. Así me lo resumía un vecino que explicaba la pequeña historia de la iglesia local junto al gran palacio del que fue gran marino Don Álvaro de Bazán, Marqués de Santa Cruz.

Estaba  oscuro de tormenta y me arriesgué:

-No se preocupe, venimos de Asturias y algo de agua traemos, aunque este año allí tampoco sobra.

Acerté. No muchas horas después una tormenta se abatió al menos sobre el pueblo cercano de Santa Cruz de Mudela. Nos mojó a nosotros pero no creo que al campo le afectase mucho

Extendí mi vista por las bastas llanuras manchegas. Un halo de tristeza me fue envolviendo cual si de una niebla matinal de Cangas se tratase. Tal parecía que los campos padeciesen de ictericia aguda y amarilleasen en cien y un tonos y formas. Amarillos tristes, amarillos de cansancios infinitos de olvidadas rastrojeras. Pero estaban sembrados los campos. Mediaba mayo y habían huido de los mismos los verdes de muy diversos tonos que explicaban y explican al avisado campesino de las mieses y diversos productos que los llenan. Todo era amarillo, uniforme, monótono en su amarillear agosteño.

En un camino paralelo a la casi solitaria carretera, a caballo de un jumento, un hombre viajaba aislado de todo con la cabeza inclinada y el rostro tapado por un sombrero con pátina de años y calurosas cosechas. El andar cansino del rocín encuadraba en los campos casi olvidados y los secarrales que los definían. ¡Y era mayo!

Lloviendo en Santa Cruz

A marcha lenta fui poco apoco dejando atrás a hombre y jumento. ¡A saber dónde iría! Yo  al menos no divisaba pueblo alguno en una amplia  extensión.

Y ya dejada atrás la comarca de Campos de Criptana y los sueños de Don Quijote  y sus molinos me pareció oír su voz:

-Y digo yo, Sancho, en que mal hacer de los muchos que la humanidad comete se habrá fijado esta vez Dios Nuestro Señor para castigarnos de forma tal haciendo desaparecer el agua del cielo y el suelo para sufrimiento de todas su criaturas

Y respondió Sancho:

-Piense vuesa merced que, de repente, todos nos hemos creído sabios y dominadores de las cosas, los elementos, los animales e incluso de nuestros propios congéneres. Esto no es más que una advertencia para que sintamos en la falta de nuestras necesidades elementales, nuestra propia pequeñez.

Y la sequía sigue agostando España

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R. Mera