Con agua y en tierra de otros. Entre charcos y bajo toldos

Con agua y en tierra de otros. Entre charcos y bajo toldos

Imagino que recordarán ustedes al paisano que me encontré en Viso del Marqués, allá en Ciudad Real, y me dijo que, puesto que yo venía de Asturias les dejase algo de agua, pues llevaban más de tres largos meses de sequía precisamente  en los que el agua debía ser más abundante. Como quiera que viese el cielo lleno de nubarrones, le dije que sí y un tiempo después una tormenta se abatió sobre la zona. ¡Cosas del destino!

Volvió a pasarme horas después en Calzada de Calatrava con un camarero, y también le dije que sí. ¡Buena la hice! Tres días después aún seguía lloviendo, al menos en la zona de Denia donde me encontraba.

Pensé que a Dios nuestro Señor, como decía Don Quijote y les conté a ustedes, se le había pasado ya “el cabreo con la humanidad, las tierras, las bestias y los hombres que la habitan” en el decir de Sancho, con el envío de la sequía como una advertencia para que “sintamos en la falta de nuestras necesidades elementales, nuestra propia pequeñez”.

El caso es que hasta los turistas estaban conformes con las lluvias que, aunque intensas, no causaron males mayores

El caso es que hasta los turistas estaban conformes con las lluvias que, aunque intensas, no causaron males mayores más allá de calles y carreteras llenas de agua y franceses y alemanes en chanclas chapoteando tan felices como nenos en los charcos. Y es que aquí, amigos, bastan diez minutos de aguacero para que las pequeñas calles, que en paralelo y  una tras otra llevan desde la vía principal a las playas y urbanizaciones, se inunden y, o te metes de lleno en ellas, o no pasas. Habréis de saber que ni en carreteras ni calles existen cunetas ni nada que se le parezca y ahí, opino yo, reside el problema de los más que incómodos estancamientos de aguas. Es tan plano el terreno que el agua que el suelo no absorbe se queda estancada en grandes charcos aunque un par de horas después, o incluso menos, vete tú a saber cómo ni por qué las calles ya están de nuevo secas y transitables.

Habréis de saber que ni en carreteras ni calles existen cunetas ni nada que se le parezca

Pero nada de ello es óbice para que, especialmente franceses y alemanes, se dejen literalmente caer en las sillas de las protegidas terrazas y le den a la cerveza antes incluso de que el reloj marque las once de la mañana. Y si no para la lluvia, para ésto si están preparados residentes y visitantes, negocios y clientes.

He de confesarles también que son muchos los momentos en que me parece estar allá por tierras de “infieles de indescifrable lenguaje” que diría Sancho, al no oír mi propia Lengua sino allá de tarde en tarde perdido entre expresiones alemanas, francesas, inglesas y valencianas. Me salvan la mayoría de los camareros de meloso decir sudamericano.

Y para cerrar les contaré “en petit comité” que dicen los finos, que me he aislado de la campaña, sus “ruidos”, sus decires, sus acusaciones, sus denucias sus promesas, sus subastas, sus `más eres tú´, y toda su prácticamente mentirosa parafernalia.

Ayer fui a cumplimentar rendido homenaje a las gambas y arroces de esta comarca. Voté por que sigan.

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R. Mera