BERZOCANA.- La procesión del Encuentro y el recuerdo de tío Abolús

2015. La Soledad sale de la iglesia escoltada po rmujeres. Se aprecian los dos mantos

Era Domingo de Resurrección, o Domingo de Pascua si usted lo prefiere. Estaba guapa la mañana, que dicen los asturianos. El sol había madrugado y no tardaron las campanas en efectuar su primera llamada a los fieles. Decidí ir  a la procesión del Encuentro. Se llama así en Berzocana, y en otros cientos de lugares, porque en su desarrollo se produce el encuentro entre la madre, María, y su hijo  resucitado, Jesucristo. Ello se escenifica en la Plaza, delante del ayuntamiento. Es una de las celebraciones religiosas más tradicionales del mundo católico aunque hemos de resaltar que en otros muchos lugares, como en Cangas del Narcea donde vivo, se celebraba también una procesión del Encuentro en la tarde-noche del Viernes Santo. En estas precesiones del Viernes  se recrea el encuentro de Cristo, camino del Calvario, con su madre. Son pues distintas.

Pero volvamos a Berzocana. Hacia la Plaza, y desde la iglesia, se dirigen dos comitivas: una con el Resucitado que discurre por la calle Santa Florentina hacia la Pedrilla, y otra con la Virgen que baja por San Fulgencio. Y ahora les diré algo políticamente incorrecto pero que mis paisanos, cumplidores de la tradición, llevan a rajatabla pese a Irene Montero, la ministra, y sus decretos y amenazas: El Resucitado va únicamente acompañado por hombres y la Virgen por mujeres. No estaba el párroco que de haber estado hubiese también echo el recorrido con los hombres.

Cumplidor yo también de las tradiciones, me incorporé a la de los paisanos en compañía de mi sobrino Sergio que, pese a encontrarse en los inicios de la adolescencia, caminaba con aquellos mientras su hermana y su madre lo hacían con las mujeres. Aproveché para explicarle los entresijos de lo que estábamos viviendo a lo que atendió atentamente, riéndose conmigo al elucubrar con lo que nos sucedería si nos denuncian ante la ministra por “machistas fascistas”.

Bajada la cuesta de la Pedrilla una y doblada la esquina del Ayuntamiento la otra, ambas imágenes se enfrentan acercándose despacio. Va a producirse “el encuentro” acto en el que se  recrea el que se produjo entre el Resucitado y su madre allá cuando  se comenzasen a contar los años tal y como ahora lo hacemos y una vez que aquel resucitó saliendo del sepulcro

La imagen de la Virgen es de las llamadas “de vestir” y arranca en la procesión cubierta con un manto negro bajo el que se esconde otro blanco con múltiples bordados y adornos dorados. Cuando quedan pocos metros para que ambas imágenes se encuentren, las portadoras de la Virgen se arrodillan (hacen una genuflexión, especifican los clásicos) tal como si lo hiciese la misma imagen; unos metros más y repiten la maniobra, hasta una tercera vez en que lo hacen casi ya cuando se hallan una frente a la otra. Así al menos venía señalando la tradición, y así lo conté yo aquí en 2015  mas, para mi perplejidad y la de algunos más, ello no sucedió así en este año. Se arrodilló la Virgen pero lo hizo también el Resucitado, algo que yo no había conocido nunca. ¡Y lo repitieron las tres veces!

Tras la tercera reverencia de la Virgen se procedía a quitarla el manto negro quedando el blanco al descubierto dando así  brillo al acto de la resurrección. Más hete aquí que no debía de estar muy ensayado y se complicó la cosa enredándose el manto en la corona dando lugar a una serie de maniobras un tanto atropelladas, bajadas y subidas de la imagen, instrucciones, recomendaciones, acercamiento de unos y otras…

Fue en ese momento cuando Antonio Tejero, (¿O era Paco? Ahora me asalta la duda aunque tengo claro el tipo y la cara, pero es que, a veces, tengo tendencia a liarme con los nombres. Ambos son hijos de tío Quico, el de la panadería, y hermanos de mi querido y añorado amigo Pedro Tarata que nos dejó muy joven. El caso es que se acercó a mí:

-Oye Pepe, esto no hubiese pasado si estuviese aquí tío Abolú

-No tarde ni un segundo en identificar al tal paisano del que ya he hecho alguna referencia en mi libro “Remembranza berzocaniegas I”.

Había sido éste un peculiar personaje al que yo conocí en mi  niñez siendo ya viejo,  en mi percepción de chavalete, aunque en realidad quizá no lo fuese tanto. Le he oido nombrar como Abolús y Abolú sin que sepa deciros cual es la correcta ni el significado de tal calificativo. Vivía en la calle Tiendas, en la primera casa de la izquierda con un gran corralón con pozo y parra y que nada tenía que ver con la vivienda actual. Vivía con su madre, tía Brígida, a la que apodaban `Cotrina” en referencia a su genio, hermana de mi abuela paterna Encarnación, y con una hermana, tía  Felicidad, madrina que era de mi madre que vivía en la misma calle unos portales más abajo. Enfrente, al otro lado de la calle, existían unos edificios totalmente en ruinas y abiertos que hacían las delicias de nuestra aventuras “guerreras” no sin que nos cayese más de una bronca de la tal tía Felicidad. En aquellas aventuras, y en los meses de verano, solía acompañarnos un nieto de tía Brígida al que llamábamos, vete tú a saber por qué, Jesús Balaguera, especialmente si consideramos que balaguera es el montón o hacina que se hace con el bálago, las pajas largas de los cereales que queda después de quitarles la espiga, y que él vivía fuera, creo que en Madrid.

MI madre solía decir de Abolús que era “artista, muy mentiroso y que nunca había dado palo al agua”. Durante años se dijo `representante´ de un tal Paquito la Zambra, artista que recorría los pueblos cantando en las plazas públicas al frente de algo así como una pequeña tropilla de artistas de ocasión y que en aquella época solía recalar en Berzocana casi todos los años en el verano.

2015. El Resucitado, escoltado por hombres, camino de la Plaza

Situado el personaje volvamos la procesión donde las mujeres, y algún que otro hombre, seguían afanados en quitar el manto a la Virgen, manto que se enredaba una y otra vez en la corona negándose a caer.

-¡Y con que habilidad lo hacía!, le contesté a Tejero que había reavivado mis recuerdos

Parada la procesión y situadas las imágenes una frente a otra tal y como hemos descrito, tío Abolús se acercaba parsimoniosamente hasta la de la Virgen, se colocaba entre el frente y uno de los lados y colocando la garrota (bastón) entre la cabeza y el manto negro, efectuaba un hábil giro  y con toda tranquilidad enganchaba el manto limpiamente y lo bajaba hasta las andas donde lo depositaba para que lo retirasen la mujeres. Con la misma parsimonia se alejaba consciente de su importancia en el momento.

-¡Bahh! ¡Pero eran unos tramposos!

Chori, que se había acercado al grupillo lo bastante como para poder capiscar lo que decíamos, dada su dureza de oído como él mismo proclamaba, se reía picarón moviendo el dedo en señal de negación.

-Traían a la Virgen sin la corana puesta y así cualquiera, con garrota y sin garrota. No, no no…

-Eran todos unos tunantes, agregó otro Tejero, Pepe, aunque éste de otra rama

Nos reímos disimuladamente pues las mujeres ya habían recogido el manto negro y todo en orden, ya unificados hombres y mujeres en un todo, la procesión reiniciaba el camino de vuelta a la iglesia entre los cánticos femeninos que, una vez más, nos demostraron que sí quedaba aún algo imperturbable a lo largo del tiempo: conseguir que los hombres cantasen también aunque fuese arrastrando las sílabas y haciendo chirriar las palabras como inevitablemente sucede desde que la iglesia quedó sin organista y, como consecuencia, sin director de coro.

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R. Mera