Dámaso Gómez: De Cangas a Cuba con parada en Gijón

LA MANEIGA.-Dámaso

Allá  a principios de 1.982, Neto acercaba a La Maniega, que andaba por su número seis, la figura de Dámaso Gómez Arias a quien ya entonces calificaba como “uno de los últimos madreñeiros”. Dámaso había comenzado la tarea de guaje y por su cuenta allá por 1.934. Para perfeccionar el oficio se traslado a Somiedo, a Monte Parada, hasta que logró pasar de hacer  dos pares al día a 9 o 10 ,“todas de abedul o faya” aclaraba. Al principio vendía el par a 2,50 pesetas ( 0,02€) y en los ochenta ya había alcanzado las 600 (3,61 € ).

N corrían buenos tiempos para Asturias en general, ni  en esta comarca en particular, y Dámaso, como tantos otros, decidió salir a busca de fortuna a las Américas. A los catorce años salió de casa con mil pesetas en el bolsillo camino de Gijón, su primera etapa. Allí coincidió con unos amigos que también iban a embarcar. Le llevaron al cine. Dámaso no había estado nunca y, según él, “aquello se puso tan oscuro y tan tranquilo que no tardé en dormirme como un tronco”. Cuando despertó la película había terminado y sus amigos desaparecido. Salió despistado y desorientado y ni él mismo logró nunca explicarse como había encontrado la pensión.

Contaba Dámaso que cuando llegó  Cuba aún tenía 300 pesetas de las mil con salió de casa y que le fue muy bien. Y , coligo yo, que muy mal debían de andar las coas por Cangas, cuando tras la rotunda afirmación, confiesa que estuvo nada menos que nueve años pelando patatas en el Hotel Internacional de la Habana.

Volvió a España en 1936, estalló la guerra y no pudo volver. “Allí quedó todo lo que tenía” se lamentaba. Se casó con Pilar, se olvidó de Cuba y se dedicó a ella, al chigre que regentaban y las madreñas. A cuestas con un puesto ambulante de bebidas recorrió las fiestas de cientos de pueblos del concejo viviendo cientos de anécdota y circunstancias típicas de aquellos años. Contó a Neto como en una ocasión, en el Carmen, acudieron a La Vega un grupo de jóvenes tinetenses dispuestos a pasarlo en grande. Acudieron con una bacinilla que acababan de comprar y no se les ocurrió otra cosa que golpearla y deteriorarla par que pareciese vieja y usada. “Me pidieron se la llenase de `cubata´ y seguidamente comenzaron a beber en ella ante la estupefacción de los que por allí andaban. En un momento determinado, uno de ellos ofreció la bacinilla, como si de cacho se tratase, a un paisano de los que miraban, y luego a otro, y a otro… nadie bebía. Incluso uno de ellos, contaba Dámaso, se fu a una esquina y se puso a devolver .

Otros tiempos, otras gentes

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R. Mera