EL MIRADOR DEL BIKINI

No empecé con buen pie. Antes eran los duendes los que jugaban con los tipos de la imprenta y alteraban las palabras y su orden. Ahora deben de ser los chips y los cambios de archivos de unos a otros ordenadores, o computadoras que dice mi sobrino más al día que yo en conocimiento de estos artilugios, los culpables de los pequeños motines que organizan frases y palabras en algunos artículos.
Quede constancia pues del entuerto y vamos con: “El mirador del biquini”.
Apenas repuesto de mi asombro de como el más duro cotilleo oral se eleva a la categoría de naturalidad en la diaria conversación me encuentro como sigue el mismo, y al parecer natural camino, el visual.
Había tenido turno de noche, hacía un sol esplendido y, aunque no calentaba, decidí pasear por el Parque del Molino y conocer las piscinas cubiertas. Unos perros correteaban por el césped ante la mirada displicente y perdida de sus dueños, un chico y una chica que se cruzaban sin mirarse. Bordeando el río ascendí por un recién construido y empinado paseo, al que escoltan unas estrambóticas farolas, accediendo a la parte posterior de las piscinas, una explanada situada entre éstas y las alineadas ventanas de un colegio. Allí si había gente. No, no paseaban. Haciendo pantalla con las manos intentaban ver más nítidamente lo que dentro ocurría. Me picaba la curiosidad, pero no me atrevía a acercarme. Estaba extrañado. Retazos de conversación llegaban a mis oídos:
– No, no; la del bañador verde es la de Julio, y la más gorda está casada con uno que fue picador en el Patatero; explicaba un hombre alto y con atuendo deportivo.
-¡Pues como haya tenido para el marido el mismo gusto que para el bañador! ; intervino una señora pequeña y regordeta que paseaba de corrillo en corrillo inquiriendo y aportando datos de todos y cada uno de cuantos dentro se hallaban.
No aguanté más. Desde una de las esquinas, e intentando disimular, miré el interior. Unas cuantas mujeres y unos tres hombre, ya maduritos todos, se encontraban al fondo de las instalaciones alrededor de una joven que parecía ser monitora y que, mirando hacia ellos, bajaba y subía los brazos. Dos más nadaban en la piscina y otro pequeño grupo chapoteaba divertido en la menor.
¡Ese era el espectáculo que mantenía pegadas a los cristales a más personas de las que se hallaban dentro!
Me senté en un banco y desplegué La Voz de Asturias. Tras cinco minutos allí parapetado estaba perfectamente enterado del estado civil, profesiones, posesiones trabajos y los muchos defectos y pocas virtudes de todos y cada uno de cuantos, ¿ajenos a los de fuera?, disfrutaban del agua.

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R. Mera

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