BERZOCANA.- Romería de San Isidro y cerezas viajeras

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 Nada más cruzar “la puente Moh.ea” (Puente Mohedas) divisé a los primeros romeros tras los alambres de cierre de la Desa (Dehesa). Me extrañó puesto que la ermita estaba un poco más arriba, en la colina. Viajábamos mi mujer y yo con mi cuñao Tomás y mi hermana a la romería de San Isidro. Habían transcurrido unos cuarenta y tres años desde que acudí por última vez a la misma. Entonces se celebraba en el Alto de Solana donde se ubicaba la ermita, hoy abandonada, y donde tuvo su origen la fiesta de la mano de la Hermandad de Labradores y Ganaderos, su presidente Librado, y su secretario Juan Luís Rodríguez.

En aquel entonces, en un viejo seiscientos de tercera o cuarta mano, ¡vaya usted a saber!, viajamos desde Madrid seis personas, tres parejas de novios, por aquellas carreteras, sus caravanas, el cruce de Talavera y la pista de tierra que desde la general, donde ahora está La Ventilla, te llevaba a Berzocana esquivando piedras, baches, ovejas y dando múltiples saltos. Y todo para estar la tarde del sábado e iniciar la vuelta el domingo. Unas seis horas para ir y otras tantas para volver. La otra opción era hacer el viaje por los Guadarranques, lo cual también tenía su tela. Toda una odisea tan solo explicable por la juventud de la que entonces disponíamos.

Ahora han cambiado muchos las cosas y el viaje Madrid-Berzocana es tan solo un placentero paseo.

Yo llegaba desde Asturias. Siempre había dicho que en cuanto me jubilase acudiría a la romería de San Isidro. Por unas u otras causas todo se fue retrasando hasta que, con la jubilación de Maribel, mi mujer, se hizo posible. Y allí estábamos. No en “la pradera” pero sí en una gran explanada presidida por la ermita y con el campo exhibiendo primavera por todos sus poros.

Los romeros se distribuían de una forma muy especial. De una forma, intuí, que venía a definir la  especial relación de vida de las familias agricultoras y ganaderas extremeñas y las dehesas: Bajo cada encina, a su sombra, se distribuía una familia completa. De esta forma, el campo se abría en todas direcciones adornando cada tronco, cada copa, de un singular e insólito colorido.

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Allí, bajo una de ellas, nos colocamos nosotros. Mi hermana, su marido Tomás, su hermana Mari, Pepe, Juan Luís, Juan y toda la familia del Puerto. Un poco más allá, bajo otra encina, mis sobrinos Elena y Míguel, junto con sus hijos  y sus amigos, también habían montado su mesa. Detrás lo habían hecho Lorenzo y Nati, la de tía Jerónima, con sus hijos y nietos. Más abajo, un numeroso grupo de jóvenes, que ya había hecho la preceptiva vigilia nocturna al Santo, habían montado su particular discoteca y se lo pasaban en grande. Exhibían un rótulo, anteriormente en una entrada a la finca, unos kilómetros más arriba, en las que con letras rojas podía leerse: “Peligro, reses bravas”. Y allí lo habían colocado, en la encina, quizás sin percatarse de lo fácil que se lo ponían a quienes quisieran lanzarles dardos o puyas dado el volumen de su música.

Más arriba se instalaron Diego y la Ventura con sus hijos y nietos y Pedro, el del bar, con su familia y numerosos amigos. Y allende la ermita  Chori y los suyos; y aún más allá José Salero, cual patriarca bíblico, presidía con solemnidad la mesa familiar. Y al final, mi amigo Fujito Pío, inaccesible al desaliento y luchador nato y animoso contra todo lo que pretende minar su salud sentaba sus reales de romero isidril.

 Y así se distribuía el personal en círculos concéntricos que partían de la ermita: una encina, una familia, un grupo.

2014-05-17 16.14.43Estábamos tan distraídos que no nos percatamos que ya había finalizado el acto religioso que, a falta de cura dirigió Antonio Mosquito, y se había iniciado la procesión alrededor de la ermita. Llegamos justo cuando ya entraba la imagen. Problema de la falta de campana, aunque me contaron que hacía tiempo se había hecho una puja para entrar al santo a su ermita cuya recaudación iba destinada a adquirir una campana. Quizás la estén fabricando, no me sean ustedes mal pensados.

Tumbados en unas cómodas sillas llevadas allí al efecto tomamos unas cervezas frías mientras el personal se lo pasaba en grande en la tómbola que había instalado la Asociación de Mujeres y en la que todo número tenía premio. Te tocaban las cosas más insólitas y los cachivaches más insospechados, todo ello entre risas, puyas y un gran sentido del humor, sentido del que mis paisanos saben hacer especial gala. Y allí estaba para demostrarlo con hechos, tocado un sobrero pah.ero (de paja), de los de antes, mi vecino José Luís Sotana.

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También es el campo de San Isidro, en la Desa, buen lugar para celebrar un cumpleaños. Y así lo entendieron Sergio y sus amigos que cantaron el “Cumpleaños feliz”, apagaron las velas y colgaron la piñata de una encina entre el jolgorio de grandes y mayores. Sergio, el cumpleañeros, no tardó en colocar una portería que le habían regalado y organizar un original partido de fútbol bajo las encinas.

Poco a poco las mesas comenzaron a llenarse de las más variadas viandas. Sería más que prolijo el enumerarlas aunque 2014-05-17 14.59.32solo fuese en parte. Si lo que salía de una cesta estaba riquísimo, lo  de la fiambrera de más allá no le iba a la zaga. Uno no daba abasto ni siquiera a probar lo allí presentado: las Bodas de Camacho, narradas por Cervantes en El Quijote, quedaron allí empequeñecidas.

Sí he de hacer aquí especial mención a unos torreznos riquísimos, crujientes, sabrosos, llenos de recuerdos de campos y matanzas,  que la mujer de Juan Luis, Manoli, puso sobre la mesa para especial deleite de quien esto escribe y de su mujer. Todos coincidieron en destacar la especial habilidad de la cocinera para conservarlos y darlos su punto exacto en la fritura. Aquellos torreznos eran un excelso y silencioso homenaje tanto al cerdo como a las encinas que nos daban forma y le habían proporcionado su sustento.

cereza_M[1]Pero aún nos guardaba Juan Luis Torres una sorpresa. Puso sobre la mesa una caja de cerezas gloriosas, rojas como un atardecer en los encinares envuelto en múltiples matices, gordas, pletóricas. Una vez en la boca rompían en un arpegio de sabrosos sabores que inundaban el paladar y aún repartían matices especiales garganta bajo. Eran las primeras cerezas del Puerto, un canto gastronómico a este especial fruto y un canto al  trabajo bien hecho de los hombres y mujeres que consiguen esta alta calidad y con quienes tuve el placer de compartir mesa y mantel. Las primeras cerezas de Las Villuercas.

Por eso de la dependencia de las nuevas tecnologías, a mi mujer no se le ocurrió otra cosa que mandar a mi hijo una foto de la caja de cerezas. Su respuesta fue inmediata. Nos llamó de todo y señaló su especial envidia. A la hora de partir, Juan Luís y Pepe me entregaron una caja del rojo fruto.

-Que no se diga que tu hijo va a estar hoy cabreado o va a pasar ganas de cerezas. Toma

Al día siguiente las cerezas viajaron a Sevilla donde recibieron el oportuno homenaje de los destinatarios y aún hubo algunas que llegaron hasta Conil de la Frontera donde el firmante dio buena cuenta de ellas.

Decían que había menos gente que otros años y quizás así fuese. Lo que no podíamos preveer ni mis paisano ni yo es que la vida y la muerte tienen sus especiales parámetros marcados y en ellos no cabe alteración alguna.

Nunca pude pensar que tantos años esperando para ir a San Isidro habría de hacerlo en tales circunstancias pero ello me permitió asistir al entierro de mi amigo Fulgencio Hidalgo por la mañana y al de mi vecina Teresa por la tarde. Descansen en paz.

Mas como la vida sigue, nos vemos el próximo año en San Isidro

Sergio con la portería
Sergio con la portería
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R. Mera

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