BERZOCANA.- A por agua a las Carretas

 R. Mera.Fuente CarretasR. Mera.Fuente Carretas

Aunque  los más jóvenes no lo crean hace tan solo unos cincuenta años, y quizás también bastante menos en algunos casos, no había agua en las casas, ni cuarto de baño, ni tan siquiera luz eléctrica durante el día. No creo que hubiese ni media docena de aparatos de radio y la televisión era aún una utopía. ¿Los móviles?. Algo impensable cuando ni siquiera los había fijos  y tardarían aún bastante en llegar. Lo más avanzado era el telegrama y la Guardia Civil disponía de una estación telegráfica donde luego vivió siempre  tío Miguel González. También tío Serafín, el electricista, tenía algo así como un teléfono con el que llamaba a Guadalupe, donde estaba la central eléctrica. Cada vez que llamaba eran tal las voces que daba que parecía que sobraba el teléfono y en Guadalupe le oían a él directamente, amén de que se enteraba todo el pueblo de los que ocurría. Pero volvamos al agua.

IM000708.JPG
IM000708.JPG

El aprovisionar de agua las casas era tarea de las mujeres y, en muy pocos casos de los hombres ocupados en las tareas del campo y los animales. De entre ellas destacaban las mozas, donde la había, que con la edad tomaban el relevo de las madres. Y lo hacían con gusto pues ese momento, el de ir a por agua, implicaba una hora de libertad que en muchos casos era aprovechadas para el cortejo y el dejarse ver de ellas y ellos.

Una de las fuentes de que guardo un mayor recuerdo es la de las Carretas. El hecho de que viviésemos en la calle del mismo nombre nos permitía, especialmente en verano, ver pasar y volver a todos los que a ella acudían a llenar cántaros, cubos y barriles. Entonces niños y mayores, especialmente los primeros, hacíamos vida en la calle y ello permitía conversaciones de uno y otro lado.

Mi madre aún relata cuando las hijas de tío Paco Cuadrado, comerciante a la sazón, Pilar y Fefa, pasaban camino de la fuente luciendo palmito

-La mozas más guapas de Berzocana, las piropeaba al pasar.

.Ni se os ocurra echaros novio hasta que mi Pepe no se haga mayor y se case con una de vosotras, decía convencida

A la sazón Pepe se encontraba a su lado pero apenas se tenía en pie dentro de un artilugio de madera que llamábamos “castillo” que era el equivalente a los actuales y sofisticados “parques infantiles”.

No ocurrió así pues Pilar se casó con Florencio Álvarez y Fefa con una gaditano sandunguero. Lo que si ha permanecido ha sido el recuerdo de aquel entonces.cantaro2

El acarreo del agua cobraba especial protagonismo a finales de primavera y en el verano. Con los primeros calores, al atardecer, las calles se llenaban del griterío de los chiquillos y hombre y mujeres se dejaban ver en puertas y esquinas acabada ya la jornada. Era entonces cuando el trasiego de las aguadoras aumentaba y con el conversaciones, insinuaciones y chascarrillos.

De entre las que acudían a las Carretas la había especialmente hábiles y capaces de llevar un cántaro a la cabeza, apoyado en un rodillo de  tela para protegerla, otro al cuadril y un barril o un cubo en una mano. La otra la utilizaba para guardar el equilibrio. Aun así eran capaces de pararse a parlar con esta o aquella vecina.

No sé por qué extraño mecanismo selectivo de la memoria retengo en la misma una imagen de dos vecinos de la calle, tío Gregorio Tostao y tío Metralla, de vuelta de la fuente con sendos botijos de agua, en un atardecer agosteño. Bajaban con una pausada lentitud acompasando charla y paradas. La última, muy larga la hicieron junto a la puerta de tío Metralla. Imagino que para entonces, el agua de los botijos ya habría calentado. Entonces la prisa solo se utilizaban en la siega o la era si el cielo amenazaba tormenta.

La Trasoná
La Trasoná

Pero no crea el lector que solo se acudía a por agua a las Carretas, no. Estaba también la Fuente Nueva, al otro extremo del pueblo, o la Trasoná, junto a la ermita de la Concepción. Los menos acudían con los botijos a buscar el agua más fría al Venero y los más el Pilón, que permanece en el mismo sitio, en el arranque de la carretera de Logrosán.

En aquel entonces, en los atardeceres del estío, se llenaba de un especial bullicio. Las mozas se concentraban con sus recipientes en las colas de los dos caños y los mozos paraban  un tanto indolentes para que bebiesen las bestias. Era un especial momento del día. Ellas coqueteaban y ellos bromeaban o les pedían un baile para la tarde del domingo en el salón de tía Anita donde tocaba el saxo su hijo Fujino (Fulgencio). Había risas, decires campesinos e insinuaciones más o menos veladas.

El Pilón por aquellos años
El Pilón por aquellos años

No éramos nosotros ajenos al barullo cuando dejando nuestras carreras y juegos en la plaza acudíamos a beber. Los caños eran más largos que ahora, lo que nos permitía subirnos al petril de cada lado y lanzarnos con las manos por delante para apoyarnos en los citados y beber a galro girando la cabeza de una forma un tanto forzada para poder colocar la boca bajo el chorro de agua. Si al lanzarte fallabas y no te sujetabas en el caño mojado terminabas en la pila del agua con gran regocijo de todos. (Véase mi artículo “El pilón”).

Una vez que los cántaros llenos se encontraban en casa se procedía a llenar la tinaja. Era este un especial recipiente, generalmente de barro, al igual que cántaros y botijos, que se encontraba en cada casa y que guardaba el agua para el consumo. La dedicada a otros menesteres se guardaba en cubos, barreños u otros recipientes. Me acuerdo especialmente de la que se hallaba en casa de mi abuelo Juan Luís,

Tinaja
Tinaja

sastre, organista y sacristán. Estaba en la cocina, justo junto a la puerta que daba acceso a las trojes (atrojes dicen mis paisanos) donde se guardaban los cereales y otro productos del campo que acarreaba mi tío Manolo Portales. Se hallaba cubierta por una tapadera de madera y de una de sus asas colgaba un vaso de porcelana un tanto desportillado por los golpes que recibía al sacar el agua para beber tras volcarla en otro vaso al efecto preparado. Mi primo Juan y su hermano Manolo, junto a mi hermano Miguel, solíamos colarnos en las trojes para experimentar el especial placer que nos producía saltar sobre los montones de trigo, cebada o centeno. Llenos del polvo de lo cereales acudíamos sedientos a la tinaja y sin más bebíamos del  vaso destinado a sacar el agua. Esa trasgresión de las reglas nos acarreó muchas broncas, especialmente de mi abuela Encarna especial vigilanta de aquella tinaja.

Cuando a los catorce años más o menos dejé el pueblo, aún no había llegado el agua corriente a las casas y las mujeres seguían acudiendo  a por agua a las Carretas.

El Pilón ahora
El Pilón ahora

.Comparte en tus redes sociales
Share on Facebook
Facebook
Tweet about this on Twitter
Twitter
Share on LinkedIn
Linkedin
Pin on Pinterest
Pinterest
Share on Tumblr
Tumblr

R. Mera

3 comentarios en «BERZOCANA.- A por agua a las Carretas»

  1. Gracias, Peper, ¡¡ Qué buenos recuerdos del pilón y de las mozas llenando los cántaros¡¡ Por cierto creo recordar que la tinaja de barro que contenía el agua para el consumo se llamaba “cuezo”. También Creo que el nombre de las carretas viene de que allí llegaban las carretas que traían de Trujillo las piedras para construir la iglesia y en la fuente daban de beber a las bestías. La”civilización” llegó a nuestro pueblo por el Oeste (Mérida, Trujillo, via de la Plata). por la Concepción “la Concepción a la entrada, San Miguel a la salida, y en la mitad del camino San Fulgencio y Florentina” dicen las coplas del Ramo Un fuerte abrazo

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.