BERZOCANA.- Y la Virgen volvió a su ermita envuelta en recuerdos de antaño

BERZOCANA.- Y la Virgen volvió a su ermita envuelta en recuerdos de antaño

Día 8 de diciembre. La mañana se abre con brillos de roció en las paredes de las fincas, en la hierba y en las hojas de los olivos. Luce el sol y el cielo se muestra límpido e inmaculado como al día corresponde. Una ligera brisa del norte nos recuerda que el invierno está ya en puertas.

Vuelvo de mi paseo matinal a la era de la Mocara, aunque esta vez lo prolongué un poco más hasta dar vista al caserío de la Dehesilla. A lo lejos, la cadena de las Villuercas se perdía en el horizonte marcando serranías y valles. El núcleo de Cabañas destacaba en la lejanía con sus diminutas casas arracimadas bajo las ruinas del castillo.

Enfilé la dura rampa que desde la fuente de La Trasoná nos acerca a la pista que, irónicamente, los berzocaniegos han bautizado como la B-30, en alusión al célebre M-30 de Madrid. Unos hombres se afanan en el vareado de los olivos. También aquí ha llegado la técnica y uno de ellos maneja un vibrador mecánico que sacude fuertemente las ramas.

-No pegues tanto a las aceitunas que se van a cabrear, le digo a uno de ellos a modo de saludo.

-Ya hay algunas que lo están, me contesta parando en su tarea. ¿Qué, de dar un paseo?

-Sí, de ver a la Virgen, le contesto utilizando la fórmula al uso entre los que van y vienen a la ermita de la Concepción.

-Pues no está. Se ha ido de puente.

No puedo por menos que reír con la salida de mi paisano.

Salida de la procesión

Efectivamente, la imagen de la Virgen no está en su ermita. Como la tradición señala se la trasladó a la iglesia pare efectuar en ella la novena que lleva al día de la Inmaculada. Día que es precisamente éste. Y será esta tarde cuando vuelva en procesión a su residencia habitual.

Me chocó el horario tempranero señalado para ello. A las cuatro y media de la tarde, cuando algunos apenas nos habíamos levantado de la mesa, las campanas anunciaban el acto. El día seguía siendo espléndido, aunque el aire frío se dejaba notar aún más que en la mañana.

La procesión salió de la iglesia no por donde lo hacen habitualmente, sino por la puerta de la torre, la que da a la Cruz de Piedra. El sol se acuesta silencioso sobre el lejano horizonte de las dehesas perfilando las siluetas de las encinas. Sus rayos apenas calientan y Pepe  Comunes y yo aguardamos la salida del cortejo buscando el calorín del sol junto a la pared de la ermita del Niño.

-Poca gente, ¿eh? ¿Te acuerdas Pepe de cuando, tal día como hoy, cuando los últimos de la procesión llegaban a la salida del pueblo  ya estaban los primeros en la Concepción? Entonces sí que había gente en el pueblo. Ahora desde aquí mismo a mi casa solo hay puertas cerradas.

Sale la procesión enfilando la bajada hacia la Plaza Vieja. La mayoría son mujeres. Muy poquitos jóvenes. Don José Manuel, el párroco, que pese a sus setenta y cuatro años se mantiene joven y dinámico, especialmente en lo que a su voz se refiere, inicia el cántico del rosario. Las mujeres le acompañan.

Dejo a la procesión camino de la ermita y vuelvo a casa. Lo comento con mi madre que, desde sus 93 años, me cuenta:

-Ahora todo son rosas y flores. Antaño, cuando solo era un camino de tierra, casi todos los años se armaban unos grandes barrizales y muchos charcos. No se podía pasar. Ya por la mañana iban los hombres, los cofrades de la Virgen, pues entonces la Inmaculada tenía cofradía, a poner piedras bien gordas por el camino de modo que la gente pudiera pasar pisando en las piedras. Los más jóvenes se subían por las paredes e iban caminando por ellas.

Se apaga la tarde y los primeros grupos de fieles vuelves de la ermita tras haber celebrado el día degustando chocolate con churros tras dejar a la Virgen en su altar.

Dejando atrás el pueblo

Es la Inés Cachana quien me recuerda otra pequeña historia.

-Hoy empiezan oficialmente las Navidades. Hace años cuando volvíamos de la procesión, los grupos de los más jóvenes parábamos en el bar de tío Emilino para quitarnos el frío, y allí, con Don Pedro el cura, cantábamos los primeros villancicos. También tu padre se quedaba muchas veces.

Pues pese a que el bar ya no existe, ni don Pedro, ni mi padre, ni tío Emilino, cantemos un villancico con su memoria presente y demos por comenzado el período navideño.

La noche ha caído sobre Berzocana. El frío se cuela por las esquinas y se mezcla con el olor de los calbotes.

Picos Fofo.- Llegandoa la ermita
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R. Mera

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