Remembranza en la que narramos la visita de Xuan y Mera al “pab” cangués (II)

Xuan en el Puente de Ambasaguas (Neto)

Estampa II

Andaban ya apurando la segunda ronda cuando entró Luis el Cazurro, con Mino, Antón, Joaqui,  y algunos más

-¡Cazurro ven p´acá!, le gritó Acevedo mientras el resto del grupo se acomodaba en una barra ya casi sin sitio, al igual que ocurría en las mesas. Todos los presentes conformaban  una clientela fiel y diaria de cuyas andanzas ya hemos dado cuenta en otras ocasiones y, seguro, que aun seguirá dando para más.

-¿Qué? ¿Arrancamos Xuan?

Acevedo se estaba haciendo dueño de la situación… Posó su vaso vacio en la barra. Neto y yo hicimos lo mismo con nuestros botellines y Xuan apuró su vino de un brusco trago. Cuando salimos a la Calle de la Fuente ya había anochecido por completo, aunque aún había ir y venir de gentes lo que inquietó un tanto a Xuan.

Poniendo cara de “esto no va con nosotros” enfilaron calle abajo. Xuan se mostraba huidizo mirando con inquietud hacia un lado u otro, No se le iban de la cabeza las cotillas que chivaban al cura las idas y venidas de los cangueses al Peniques.

-¿Qué Xuan? ¿Papeisa? Luis soltó una gran risotada

-¿Qué ye?, ¿qué no fuiste nunca de putas? ¿Ni siquiera en la mili? ¡No me lo creo!

Xuan le tiraba del brazo mientras, llevándose el dedo índice a los labios, le reclamaba más silencio al respecto. El resto de la cuadrilla intentaba disimular su regocijo para no mosquear aún más a Xuan.

Más cerca de las paredes que del centro de la calle iniciaron camino calle de la Fuente abajo hasta el cruce de ésta con Anselmo del Valle donde giraron a la derecha con la misma  naturalidad que podría derivarse de ser un camino más que conocido aun cuando no era así. Allí, casi al inicio de la calle, a la  derecha, estaba el dichoso Pab. Creo recordar que subimos un peldaño o dos. De repente nos vimos dentro

-¡Hostias que enciendan la luz!, tronó Xuan haciendo que, de repente, bajasen la conversaciones y griterío que inundaban el local. Fueron tan solo unos segundos. Tiré con fuerza del brazo de Xuan llevándole conmigo hasta el mostrador. El barullo se inició de nuevo. Los ojos se habituaron poco a poco a la semioscuridad y nosotros situamos la espalda contra la barra para hacer una primera aproximación visual al local que nos permitiera abarcar la situación del momento.

Estaba lleno y, como ya he señalado, había mucho barullo. La humareda era notable y decidimos contribuir a ella encendiendo nuestros cigarros. Yo entonces fumaba en boquilla en la pretendida creencia de que ello me ayudaría a dejar el tabaco. Resultó no ser así

Detrás de la barra dos chavalas atendían al personal; una de ellas la “jefa” a la que se podía invitar, pero nada más. No admitía ni insinuaciones por lo cual éstas se prodigaban aún mucho más. Por la sala deambulaban otras mozas alternando y bromeando con los clientes. Otras algunas desaparecían tras los cortinajes hacia un mundo interior cuyos entresijos, por la prudencia que el caso requiere, quedan por completo fuera de este relato.

Acevedo y Luis el Cazurro se decantaron por el popular cubata mientras que Xuan y yo lo hicimos por la cerveza, un tercio de no recuerdo que marca, pero sí que costaban veinte duros, 100 pesetas, cada una. Para actualizar precios a los más jóvenes 0,60 euros de hoy, caro entonces para nosotros pero asequible para los mineros.

Hubo un momento en que se nos despistó Acevedo, al que no tardamos en ver conversando con una de las señoritas. Ésta se acercó recostándose zalamera sobre el hombro de Xuan

-¿Me invitas guapo?

Xuan se volvió entre sorprendido y asustado a punto de derramar parte de su cerveza sobre el ajustado vestido de la chica

-¿Es a mí? Invitarete moza. ¿Vino o cerveza?

Ahora la sorprendida fue la chica

-No seas tacaño, ¿no ves que le gustas? Acevedo apretaba socarrón. Un gintonic, págala un gintonic, que se vea el señorío

-Vale. ¡Toma lo que quieras!

-¡Pero abrázala que así sabe mejor el tuyo y el de ella!, soltó jacarandoso el Cazurro.

La moza se dio cuenta de la situación y pasó su brazo por los hombros de Xuan entrelazando los dedos por el pelo.

Éste miraba un tanto asuntado a uno y otro lado. Según me contó posteriormente tenía pánico a que hubiese por allí alguien que le conociese y pudiera ir con el cuento al pueblo, y ello llevaba inapelablemente a que su parienta se enterase con lo que ello podría traer consigo

De repente, la moza lanzó un gritito dando un pequeño salto hacia atrás

-¡Me ha pellizcado! ¡En el culo!, ¡me ha dado un pellizco en el culo!

Xuan sonreía satisfecho con cara de turista mirando el atardecer.

-¡Coño! ¡Algo había de sacarle al precio del gungis ese  que la he pagado

Xuan pillado en el Tres Peniques

Soltamos una gran risotada. Acevedo se nos volvió a despistar. Lo vimos al fondo del local hablando con una negra de labios carnosos y pronunciadas redondeces. Tal parecía que el vestido que llevaba iba a romper las costuras saltando botones y cremalleras al aire dejando escapar de su prisión a las carnes comprimidas.

Por el rabillo del ojo me di cuenta de cómo la negra avanzaba contoneándose exageradamente hacia nuestro grupo. Se apretó contra la espalda de Xuan hundiendo en la misma sus ubérrimos pechos.

Por un momento, Xuan, al notar el contacto comenzó a ronronear como gato en celo a la vez que movía suavemente su cuerpo, como en ondulaciones.

-¿Gústate pelgar?, le soltó el incordiante de Acevedo con una sonrisa de oreja a oreja mientras el Cazurro, que se las veía venir, me susurraba

-Ya verás, ya verás en cuando se dé cuenta

– Xuan quiso ver cara y cuerpo de la moza que de forma tan suave se rascaba en su espalda, cual vaca en castaño, y se fue girando poco a poco

-¡Mecagoentoloquesemenea!, rebuznó más que gritó.

-¡La negra no! ¡La negra no! Y desembarazándose de ella de no muy buenas maneras la apartó de un empujón a la vez que iniciaba atolondrado el camino hacia la puerta

¡Fea! ¡fea!, ¡gorda! ¡mu gorda! ¡Y como vaca a punto de parir!

Salió escopetao por la puerta sin tan siquiera mirar atrás y la emprendió calle arriba soltando juramentos y palabrotas sin tan siquiera resollar. Salimos detrás con gran juerga y muchas risas sin lograr ya alcanzarlo ni volverlo a ver hasta bastantes días después.

No sé si aún Xuan habrá perdonado a Acevedo el mandarle a aquella oronda negra que desató su pánico y le curó para siempre de cualquier deseo de  volver  al Tres Peniques.

NOTA: Quizás porque aún perdure la prevención ante las cotillas de entonces o, quizás también, por las malas artes  de las de ahora leyendo lo que no pone o ilo que no fue, y a  requerimiento de uno de los protagonistas, he tenido que modificar un par de nombre de  de este relato, no así el resto.

.Comparte en tus redes sociales
Share on Facebook
Facebook
Tweet about this on Twitter
Twitter
Share on LinkedIn
Linkedin
Pin on Pinterest
Pinterest
Share on Tumblr
Tumblr

R. Mera