Un pelmazo en Cangas. Una historia real vestida para la ocasión (II)

Un pelmazo en Cangas. Una historia real vestida para la ocasión (II)

Viene de ayer https://www.deaceboyjara.com/2023/03/01/un-pelmazo-en-cangas-una-historia-real-vestida-para-la-ocasion-i/

Atardecía ya en la villa canguesa cuando Amelia, que regresaba de la compra camino de su casa, se vio abordada por nuestro pelma

-Oye Amelia, tenía que hablar contigo. Es que yo…, mira…, es que yo… es que es muy importante. Y mira, me ha dicho un magistrado amigo míos que yo… bueno… Invítote a un café y te cuento…

-Ni hablar que te conozco. Un café tuyo puede durar hasta que canten los gallo en la Cogolla. Dime en un minuto lo que quieres que llevo prisa y voy cargada.

En un tono monocorde y cansino, nuestro avezado escaquista desgranaba frases hechas, y sus muchos méritos…, y la cantidad de granadés hombres que conocía… y su importancia en la villa como organizador de cosas… y…

-Bueno yo es que… las horas…, pues claro…

Ana comenzó a nadar cansada de tanto circunloquio

-Suéltalo que no te aguanto más. Marcho. Tu lo que quieres es que te ceda mis horas. ¡Pues no!.

Como quiera que la mujer comenzó a andar, el pelma se colocó a su lado agarrándola una y otra vez del brazo intentando detenerla. Y hablaba y hablaba

-¡Que te he dicho que no! ¡Eres un pelma! ¡Lárgate ya! ¡Ufff que tío más pesado!

Ana andaba decidida. Él caminaba trotón a su lado, palrando y palrando sin cesar

-Es que esas horas yo las se aprovechar, tú no las quieres para nada, total que más te da. ¡Cédemelas, anda!

Y en esta llegaron al portal del bloque de Amelia. Ésta abrió la puerta

-¡Adiós!, te he dicho que no y es que no

Entró pero el pelma se coló detrás e inició la subida de las escaleras junto a ella Amelia comenzó a hablarle mal. El intentaba sujetarla tirando del brazo una y otra vez.

-No tengas prisa mujer, esto es muy importante y yo sé lo que hago, tú con esas horas…

-¡Vete a tomar por el culo! ¡Pesado, más que pesado!

-No te enfades.. Ahora nos sentamos en ti casa y lo hablamos

-¿Qué qué? ¡Lárgate echando leches!

Entró Amelia en su domicilio pero cuando se dio la vuelta para soltar las bolsas y sacar la llave, el pelma ya se había colado en la casa.

La retahíla de tacos e insultos que le dedicó Amelia son aquí irreproducibles. Pero el pelma ni se inmutó. Se sentó en una silla junto a  la mesa y continúo hablando incansable.

Ana no sabía que hacer, ni indirectamente, ni con pullas, ni con insultos; no lograba que se fuese de forma ninguna. Y fue pasando el tiempo. Imagínense ustedes la escena. Amelia decidió preparar la mesa para la cena. Y el pelma seguía. Y llegó el marido de Amelia, y el pelma siguió inmutable su perorata ahora dirigiéndose  a él

-Mira… es que yo con esas horas… pues yo… tu sabes que yo sé mucho…

-¡Márchate de una puñetera vez que nos tienes ya hasta los c…! voceó el marido

El matrimonio decidió ponerse a cenar en   la creencia de que el incomodo visitante se daría cuenta y marcharía. ¡Que si quieres arroz Catalina!

Y acabaron de cenar y allí seguía el pesadísimo paisano dale que te quiero

-¡Mira nos vamos a acostar! ¡Ahí te quedas!

-Pero echaremos un café antes para acabar de cerrar el trato…

-¡Pero qué trato ni que mi madre! ¡Marcho porque si no te voy a soltar una manada de host… que te van a llevar directo a Arayón!

Y el marido se levantó airado tirando la silla, entrando furioso en la habitación y dando un portazo

-¡Vete ahora mismo o vamos a tener un disgusto!, Yo también me voy, dijo Amelia

Entró en la habitación y a punto estuvo de darla un zamacuco que la hubiese enviado al más allá. Al ir a cerrar vio con estupor e incredulidad que el  pelma se había colado tras ella  dale que dale con las horas.

El marido que ya s se había metido en la cama saltó de ella dando una patada a colcha y sábanas

-¡La put… que te parió!

Amelia se volvió rauda, cogió al pelma y le empujo hacia fuera con fuerza

-¡Vete! ¡Vete!. Te doy todas las horas que quieras… y los días… y los meses ¡pero vete!

Le llevó a empujones hasta la puertea de salida… y entonces aquel espécimen, aquella encarnación satánica de la pesadez, la estulticia, el egoísmo puro, la estupidez y la egolatría… se volvió con la mayor tranquilidad del mundo y le espetó

-Sabía yo que te convencería, soy yo muy bueno argumentando. ¡Ven que te de un beso!

Amelia cerró la puerta con tal violencia que a punto estuvo de poner la cara del pelma en su coronita.

Frotándose s manos y con una sonrisa de oreja a oreja el pelma abandonó el edificio.

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R. Mera