Xuan, las llaves, los guardias y el saber de la mujer

Paseo del Vino

-¡Mecagoentoloquesemenea! ¡Las llaves! Otra vez perdí las putas llaves.

Xuan se paró en seco un momento antes de bajar de la acera para cruzar la glorieta del hospital. Rebuscó en sus bolsillos, miró alrededor, se insultó a sí mismo un par de veces y vino en admitir que, otra vez, había perdido las llaves. ¡No quería ni pensar lo que le llamaría su mujer cuando se lo dijese! Y es que tenía que decírselo, no sabía dónde podía haber otro juego de llaves para dar el cambiazo y aquí paz y después gloria. Tendría que rendirse y cantar  lo sucedido.

Era la segunda vez que las perdía en las mismas condiciones. Se las colgaba de la cintura del pantalón del chándal y de allí desaparecían. Y lo grave era que  no las oía nunca caer porque, según la sargento mayor de la república de su casa, iba siempre con la dichosa radio puesta y los auriculares metidos entre el yunque y el martillo del oído.

Y lo daba  vueltas una y otra vez.

-Oye Cuntapeiro, digo yo que si se me caen (nunca sé cómo coños puede ser) en el Paseo del Vino, entiéndese que puedo no oírlas caer al ser tierra, pero desde Cangas, por el Hospital, la recta del Pontón y hasta La Himera, es todo acera, cemento, y coligo deben sonar si caen pero…nada, no oigo  nada. Y la parienta se sulfura como demonio en el Averno amenazándome con hacer un ERE en casa y…como tan solo somos dos  ya sé lo que me tocaría… carretera  y manta; y eso si no me lleva a declarar ante la exministra Montero, la que está hora, que no sé cómo se llama, o alguna de sus aplaudidoras, porque entonces ¡cadena perpetua in sécula seculorum!, que decía don Herminio.

No llegó a cruzar la glorieta. Volvió sobre sus pasos en la confianza de que las encontraría. No  se había salido un ápice de la acera y tampoco nadie le había adelantado en el caminar. Volvió preguntando a todos cuantos se encontró. Nada de nada de las putas llaves. ¡Evaporáronse! Preguntó en la frutería de Santa Catalina, junto a la carretera, nada; luego en la ferretería de José María, nada de nada. ¡Esto no hay dios que lo entienda! se decía una y otra vez.

E insultándose a sí mismo y despotricando contra lo divino y no divino emprendió otra vez el recorrido mirando al suelo y preguntando. Y menos mal  que del mosquetón solo colgaban tres llaves: la del portal, la de casa y las del garaje

-¡MecagoenlespitesdeGrao!, se dijo una vez más

Las llaves

La última vez que las perdió fue en el mismo tramo. Iba con la parienta y comenzaron a preguntar. En el Paseo del Vino alguien les dijo que otro alguien había encontrado unas llaves y las había colgado en la puerta de entrada del garaje de Piñera, frente al Hospital. Volvieron y allí estaban, pero ello no le libró de la bronca conyugal.

La vez anterior había sido más complicado. Xuan estaba convencido de que, cuando iba a algún rollo del periódico con el Cuntapeiro,  decidió guardar las llaves bien guardadas para que no se le extraviasen. Tan bien las guardó que no hubo forma de encontrarlas y eso que estaba convencido que las había guardado en el coche. Lo revolvió todo .Cuando lo llevó a lavar advirtió al del `Lavado y Engrase´ de Barrio Nuevo

-Revisa a ver si ves unas llaves.

Pues nis de nis. Y nunca más volvió a saber nada de ellas. Hubo de agenciarse otro juego entre broncas y admoniciones matrimoniales. Y estas eran las que, otra vez, se habían perdido. ¡Evaporáronse!, le decía con gran sorna Xuaco Hisve en las cercanías del Museo del Vino, en San Tiso, cuando por ellas por allí preguntaba y explicaba el sucedido.

Por último preguntó en el cuartelillo de los municipales. Tampoco.

Cuando  unos dos días después andaba ya dándolo todo por perdido e iniciaba el proceso de olvido y sustitución, cerca ya del mediodía, apareció en casa la parienta con las llaves en la mano, subida ésta por encima de la cabeza y haciendo  tintinear aquellas con gran regocijo y mirada que en absoluto escondía la  gran mala leche con que presentaba la situación.

-¡Mira lo que tengo!, ¡mira lo que tengo!

-¿Ónde hostias las has encontrado?

-¡Habla bien bodoque! Si fueras listo y cuidadoso no un manguán y un   desastre con memoria de mosquito las habrías localizado tú.

-Yo búsquelas por cielo ya tierra, ya nada de nada ¡no me jodas!

-Pues yo encontrelas. Pregunté a Rubén el municipal y me dijo que habían entregado unas. Fui al cuartelillo y… ¡vualá!

-¿Tas fijas que son esas? ¿Ya quién las encontró? ¿Ya ónde coños?

-¡Hombre!, quién no lo sé y adónde me dijo el guardia que al final del Puente Colgante, donde El Cuco

-¡Imposible!  No puede ser. Yo ni pasé por el puente, ni fuí al Cuco ni el coño que lo fundó. ¡Ni siquiera tomé un vino en parte alguna!

¡Alguien nos está toreando! Fíjate: Fuí hasta La Himera por el Paseo, volví por la carretera recta del Pontón adelante ya no me desvié ni un milímetro, ¿Cómo puede ser que las llaves aparezcan dónde El Cuco? Ya no creo que ni San Roque ni la Virgen del Carmen tengan nada que ver en este asunto.

-Tú dirás lo que quieras pero las llaves taban al final del Puente Colgante, frente al Cuco. ¿Por qué me iban a engañas los municipales? Y menos aún Rubén.

-¿Tú les dijiste donde las había perdido?

-Sí. Se lo expliqué bien explicao. Me preguntaron cómo eran, cuántas había, dónde las había perdido  y eso. Me las enseñó y las reconocí.

-Nun me fio. Ya digo yo: ¿no será eso  una estrategia de los guardias para sabe si son las tuyas o no?

– Pero qué estrategias ni estrategias. Que tú no te enteras y ya está. Admite que estás viejo y torpe

-Admítolo, pero las llaves no perdilas n´el puente ni onde el Cuco; d´eso toy fijo. Aspera un momento ho…

¡Ahí, ahí, ahí!: ahí ta la cuestión. Los guardias, Rubén incluido, dijeronte  eso pa probate, pa ver si les engañabas, pa ver si eran o no tuyas las llaves. ¿Dates cuenta ho? Si tu les dices que sí, que las perdiste donde el Cuco, píllante porque no las encontraron allí; taban en el Paseo del Vino o en la carretera. Ya como tu dijiste eso vieron decías la verdad; si dices que donde el Cuco, píllante la mentira porque no las encontraron allí. Dijéronte eso p´a pillarte la mentira ya entonces no dártelas. ¡Listos, son listos los jodíos municipales!

El puente colgante

Xuan cerró el episodio con una gran risotada y logró otra de la consorte que, después de todo, quedó un tanto conforme al darse cuenta de cómo Xuan, a su manera y con  sus argumentos, había reconocido que fue lista en el asunto de recuperar las llaves. Era ya, creía recordar que tres, las veces en que él las perdía y ella las encontraba.

Bueno, se dijo, no es que sea exclusivamente yo la lista. Es que las mujeres somos mucha más espabiladas e intuitivas que los hombres aunque estos nunca lo han admitido, ya sí siguen, a pesar de todo el feminismo ese del gobierno ya de las  militantes de ello y toda la parafernalia. Las mujeres hemos sido siempre más listas y ya está. Así lo dijo siempre mi madre, y la mi abuela, a la que se lo había dicho la suya, y así le digo yo a la fía y así debe seguir haciéndose al menos mientras existan llaves,  maridos que las pierdan y mujeres que las encuentren. ¿O no?, preguntó desafiante

Pues así es, añadimos nosotros

.Comparte en tus redes sociales
Share on Facebook
Facebook
Tweet about this on Twitter
Twitter
Share on LinkedIn
Linkedin
Pin on Pinterest
Pinterest
Share on Tumblr
Tumblr

R. Mera