De exámenes a Oviedo y andando desde Salas a Cangas, la odisea de unos pequeños escolares cangueses

Recordarán que no ha mucho les contaba yo las idas y venidas de un grupo de escolares cangueses y su ir y venir andando a Corias diariamente hiciese frío  o calor, así como su contraposición con los escolares de ahora cuyos padres piden transporte escolar para acercar a las criatura desde el Paseo a Obanca.

Pues bien, estos escolares, algunos de cuyos nombres les daba yo en aquella estampa, al igual que el resto de los de Cangas que querían continuar estudios, habían de acudir a examinarse a Oviedo.

Así pues, llegado junio, ocho de aquellos nuestros intrépidos estudiantes emprendieron camino  de la capital del Principado  sin más compañía ni apoyo que al que el uno daba al otro y recibía del de más allá. Recodemos que todos andaban entre los 12 y 14 años.

En la ocasión que narramos fueron bien el viaje de ida y los exámenes, pero a la vuelta se complicó al situación. Llegando a Salas se le rompió una rueda al coche en el que viajaban por lo que hubieron de quedarse a pernoctar en dicha localidad. Lo hicieron en la Fonda Fuerte donde, en su decir, se comía bien. Y lo hicieron también entretenidos, pues dada su juventud y que ya habían comenzado a aparecer los calores veraniego alterando un tanto sus hormonas, no perdían de vista a la doméstica, llamada Chucha, que les servía. Y que hubo de aguantar alguna que otra pulla de los más mayores.

No sabiendo que partido tomar ante la avería del coche, cerca ya de las cuatro de la mañana, decidieron ir andando hasta La Espina y tomar allí algunos caballos con los que continuar el camino a Cangas. Se ilusionaron tanto que ya hacían cábalas de su entrada triunfal en la villa todos jinetes de espléndidas monturas. Pero ¡Oh fatalidad! En La Espina no encuentran caballerías disponibles y, ante esta contrariedad, deciden unánimemente sentarse a desayunar para lo que demandaron les friesen unos 16 huevos con abundante chorizo pues, coligaron ellos, bien lo merecían tras subir por un atajo la empina cuesta de Salas que Dios confunda.

Así las cosas y con sus planes totalmente alterados, celebraron una especie de consejillo en el que decidieron, como mal menor, dirigirse andando hacia El Rodical para allí alquilar una tartana, que en el lugar solía hacer parada, pero que se hallaba fuera efectuando un servicio con otros viajeros. Nueva decepción pero que, en modo alguno, alteró el apetito de nuestros jóvenes cangueses que decidieron acudir a descansar y comer al Parador de Manolín donde dieron cuenta de unas suculentas sopas de ajo, unas chuletas, truchas fritas, recién salidas del rio que corría por debajo del comedor de las casa, y postres; todo ello por cinco reales. Repuestos fuerza y ánimo, y aunque el cansancio aún se agarraba al cuerpo, convinieron en que nos les quedaba otra que seguir camino

Iniciado ya éste, pasó un caballero al que llamó mucho la atención ver a aquel grupo de muchachos  maltrechos y llenos de polvo andando por la carretera. El hombre paró y pasó a preguntarles que dónde iban, que de qué lugar procedían, qué quiénes eran y otras cuestiones. Al identificarse Camilo Regueral, el hombre le dijo ser gran amigo de su padre, que iba a Cangas y que se subiese con él al caballo que hasta allí le llevaría. Se alegraron todos por el amigo y comentaron lo bien que estaría que pasasen otras siete caballeros que también fueses amigos de sus padre y así todos podrían subir a algún caballo. No lo quiso así el destino y, un pie tras otro y el otro tras el uno, siguieron su camino ya en estado lastimoso otros 20 kilómetros.

Tartana

Descansando de cuando en cuando, en cuando lograron llegar a Cangas a las seis de la tarde, después de una jornada de nueve leguas suportadas por chicos de entre doce y quince años.

Cuentan que en los quince días siguientes no pudieron calzarse las botas a causa de las vejigas y heridas que tenían en los pies.

¿Se imaginan amigos a nuestros escolares de entre 12 a 15 años acudiendo solos a Oviedo, y verse envueltos en las vicisitudes en que se vieron nuestros protagonistas resolviendo cuentas dificultades se les ponían por delante?

Ya saben, otros tiempos, otras gentes

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R. Mera