XUAN- Un relato escatológico o el bardal como alternativa al goteo

No sabe cómo ni se acuerda de en qué momento tomó tal decisión. El caso es que un buen día Xuan se vio dejando atrás las casas de su aldea cada mañana para,  camino arriba, camuflase tras algún bardal para hacer sus mañaneras necesidades. Y peor aún en su pensar, repetía la misma maniobra, aunque sin desplazarse tan lejos, cada vez que la dichosa meada le apuraba. Le dio algunas vueltas pero no llegó a descubrir que extraña relación le había llevado de tener problemas con la meada a que ello le llevase también a la cagada.

El caso es que yo (le explicaba con especial retranca al Cuntapeiro) comencé a ir a mear al campo para no tener que aguantar las broncas ya los mítines que me endosaba la mi parienta cuando descubrió las gotas que dejaba alrededor de la taza del váter cada vez que meaba (bueno hacía mis necesidades menores como dicen los pijos de la villa). Y el caso es que esas broncas vinieron a aumentar a las que ya recibía día sí y día también por no cerrar  (según ella) la dichosa tapa del artefacto aquel.

Ante las continuas broncas a improperios que su costilla le dedicaba cada vez que detrás de él (que también hay que joderse porque ello demuestra que lo hacía adrede) entraba en el retrete y veía las dichosas gotas alrededor de la taza. Y el caso es que yo, argumentaba Xuan, me esmeraba en que ello no sucediera. Me ponía de un lado, del otro, intentaba apuntar con precisión y dar el mayor impulso al chorro…pues nada de nada; ella entraba detrás… gotas o más que gotas en el suelo…,bueno a veces más que gotas, y… bronca que te crió, y siempre proporcional a la extensión y volumen de las mismas. Al menos en el criterio de la mujer.

-¡Eres un viejo inútil!  ¡Ni apuntar sabes!’ ¡Vas a fregar tú! ¡Si no sabes mear de pie siéntate como nosotras!

Eso le llegaba al alma a Xuan. ¿Y si por casualidad le veía alguien mear sentado? ¡Quita quita! Y ni quería tan siquiera plantearse lo que hubiese dicho su padre, y no digamos el su buelo, si le hubiesen visto en tan femenina postura.

Ideo mil métodos. Se acercaba a la taza por el frente, por la  izquierda, por la derecha, perfilándose cual torero intentando zafarse ante la embestida de algún morlaco con cara de ama de casa. Nada. Invariablemente aparecían las gotas, y no tres gotinas de nada no, siempre abundantes. Y siempre, nada más terminar, aparecía ella. No lograba entender cómo se enteraba de que estaba meando, ni cómo demonios aparecía inevitablemente cada vez que él entraba a la dichosa meadera, cada vez también más perentoria en sus momentos por culpa de la dichosa próstata, al menos eso decía el médico cada vez que ante él le llevaba la parienta cual si al veterinario fuese

-¡Que yo no tengo nada! ¡Que estoy bien!

-¡Toca revisión y vas!

Y a claudicar tocan. Y ella le explicaba todo al médico, y pastillas y más pastillas, y vuelta con la dichosa próstata y el meao, y las gotas, y el fregar…

-¡Es que no quiere mear sentado!,  le espetaba al médico para vergüenza de Xuan que ni siquiera intentaba justificarse

El médico, que le conocía muy bien, sonreía mientras le decía con toda la suavidad del mundo.

-Xuan que tienen que mear sentado,  que yo también lo hago hombre, y no pasa nada,  que son cosas de la edad, que en cuando te acostumbres verás que bien… y lo que es mejor: evitarás que te riñan una y otra vez

Xuan remungaba para sus adentros y se callaba lo que pensaba al respecto.

Y todo ello venia ahora a sumarse a las ya acumuladas broncas  y follones del cerrar o no cerrar la tapa de la condenada taza, broncas en las que dijese lo que dijese o hiciese lo que hiciese, siempre había salido perdiendo.

-Y ¡fíjate tú!, le contaba un día que estaba de buenas al Cuntapeiro: Hasta hubo una época en que, tras hacer mis necesidades y tirar de la cadena, miraba atentamente a ver si había quedado alguna mancha en la taza. Normalmente no la había pues yo la hago dura y escurridiza, pero si veía alguna la limpiaba de una u otra manera con el escobón, o como se llame ese trasto que está allí al lado para eso. Púes bueno, aún y así, había veces que me la ganaba. Ese demonio de mujer encontraba algún rastro en el sitio más inverosímil.

Colocado junto a la taza intentaba por todos los medios controlar y dirigir el chorro de pis hacia un punto determinado de la taza. Se agarraba con precisión la  pirula, apuntaba, controlaba la intensidad de salida del chorro (la poca que le quedaba), soltaba y… ¡zas! el chorro o chorrillo salía para donde demonios le daba la gana, pero siempre e inevitablemente parte del mismo terminaba fuera de la taza.

Así las cosas, y como quiera que la situación empeorara y las broncas aumentaban en espacio y tiempo, comenzó a salir a mear fuera. Disimuladamente bajaba a la cuadra y allí, a la misma entrada, se aliviaba relajadamente sin tener que preocuparse del goteo, ni del sí o el si no, de dónde iba o no  iba el chorro, ni de las más que citadas en estas ocasiones  `pitas de Grao´.

Se mosqueó la parienta con estas salidas y terminó cazándolo en tales menesteres. Tras las ya consabidas broncas y más broncas, improperios y más improperios, acusaciones y más acusaciones a su aldeanismo, alusiones a la vejez y la inutilidad, como si fuera algo a lo que él se había apuntado  voluntariamente o hubiese realizado cursos de discapacitación, comenzó a variar salidas, tiempos y espacios. Dejó de ir siempre a la cuadra y, alternando días y horas,  a veces se dirigía las traseras de la abandonada escuela, o un pelín más abajo, al lado de la casa  donde tenía la huerta  Saturno.

Mas como quiera que el cuerpo termina acostumbrándose a todo, las antaño prisas  mañaneras fueron aminando y ahora dábale tiempo la mayoría de los días de subir camino arriba hasta, pasada la última casa, alcanzar el bardal donde acomodarse y, como dicen los finos de Oviedo, hacer tranquilamente sus necesidades menores y mayores. Y siempre en este orden

Creía que así había sido lo de subir a aliviarse al bardal y así se lo contó al compadre y vecino Pasquín, mosqueado con sus subidas y bajadas. Y así se vio obligado a hacerlo también con el  Cuntapeiro, tomando unos vinos en Cangas, por una indiscreción del dichoso Pasquín que no callaba así lo afogasen.

Vino Xuan a mosquearse con aquel por cuanto dio en compararle con un paisano de allá de su pueblo, dueño de un bar, que era tan fino que en lugar de cagar o hacer de vientre iba a “obrar”. Pero no lo hacía en casa o en el bar no. Contaba que tenía problemas graves de estreñimiento y el día que a ello se decidía marchaba muy de mañana al campo, lejos del pueblo, y allí iniciaba el proceso preparatorio del momento culmen con paseos, ejercicios mentales y físicos con posturas de lo más raras e hilarantes que uno pueda imaginarse y que podía llevarle incluso casi  todo el día hasta que, avanzada ya la tarde, lograba su propósito.

Y aunque al principio le molestaron las risitas de Pasquín y el Cuntapeiro, tras un largo rato de cháchara y unos cuantos vinos, terminaron todos riendo animadamente y dando el visto bueno a la actitud de Xuan que había priorizado las caminatas para hacer sus necesidades, mayores o menores, lloviese o nevase, a aguantar las duras, repetitivas y largas y mas que largas bronquísimas de su mujer, por un quítame allá unas gotas de más o de menos en el suelo del  baño.

Por estas fechas, o al día de hoy que dirían los tertulianos  de la progresía rampante, Xuan sigue con su método y, cuenta por lo bajini, que la su parienta sigue buscado cualquier otro pretexto para continuar montándole bronca tras bronca. Y remata: seguro que encontrará cualquier pretexto para  ello, yo creo que está en su naturaleza, pero con el asunto del meao, nis de nis. Y soltando una tremenda risotada remata:

-¡Al menos que también le molesten las gotas que quedan en el bardal!

Como me lo contaron os lo cuento

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R. Mera