Al rebusco con el nieto y sin tutorial

Al rebusco con el nieto y sin tutorial

Luisa se levantó animosa aquella mañana de noviembre. Misteriosamente para ella, su nieto, Ramón, se había levantado alrededor de las diez, algo totalmente inusitado en él en una mañana de domingo como era el caso.

-Neno, ¿caiste de la cama, ho?

-Ya tamos; no nun caí, ayer no salí

-Ahhh, usted perdone. Voy facete un café

Y la abuela, como todas las abuelas que en el mundo son y han sido, se puso a preparar el café al nieto no dando importancia alguna a sus contestaciones. Son cosas de la edad se decía; es un buen neno.

Y en esas andaba cuando, sin saber el porqué, quizás por el humo que le llegaba de la cocina de carbón, se dijo, le vino a la boca el sabor del caldo de castañas de su niñez. Lo sentía como si lo tuviese delante. Y veía el tazón azulado en el que su madre lo preparaba y como, sentada en el escaño junto al abuelo, se deleitaban cucharada a cucharada con aquella pasta sin añadido ni aliño alguno que ni siquiera sabía si le gustaba o no, pero que ahora le entusiasmaba.

-¿Ta bueno eh?, le decía en cercana complicidad el abuelo. Y ella asentía con la cabeza sin dejar de ir y venir del tazón a la boca y de la boca al tazón con la pequeñas cuchara. Su madre decía que era el hambre, pero ella no lograba recordar esa sensación que, según le dijeron una y otra vez, era normal en aquellos años.

Y le vino un pronto.

-Ramón, ya que estás levantado, ¿vienes conmigo al rebusco?

Ramón la miro con extrañeza y cara de no saber qué demonios de tontería se le había ocurrido ahora a la abuela.

-¿A qué ho?

-Al rebusco, a recoger castañas, las que han quedado olvidadas aquí y allí. Nos traemos unas cuantas y ya tenemos para asar unas y hacer un caldo con las otras.

-¿Hacer un qué?. Tas tu buena abuela. ¿Cómo carajos quienes hacer un caldo con castañas. ¿Eso qué lleva?

-Pues que va´llevar nin, castañes. Anda vente conmigo ya dame alguna alegría de vez en cuando.

No tardó Luisa en colocarse un mandil de batalla, buscar las pañaderas y una cesta y plantarse en la puerta

Pñadera y fardela

-Ramón, ¡quieres venir de una vez!; tenemos que aprovechar la mañana, ya sabes que al tu pa le gusta comer pronto.

Ramón se llegó hasta la puerta con una mano en el bolsillo del vaquero y en la otra el móvil.

-Pero ¿no coges ni tan siquiera una cesta?, o aunque sea una bolsa.

-Pa qué, ¿no llevas tú ya la cesta?. ¡Venga anda!. Vamos al rebusco ese.

La abuela se encogió de hombros en su idea de que “a esta juventud no hay quien la entienda” e inició el camino seguida del nieto que trastabillaba aquí y allá en los desniveles del camino enfrascado como iba en no sé qué cosas del dichoso móvil por cuya pantalla movía los dedos gordos de las manos con pasmosa facilidad y eso que, se decía la abuela, esos dedos no fueron hechos precisamente para escribir.

Ramón se sentó sobre un tronco y se puso a cacharrear incansable en el móvil.

-Vamos ho. Vamos tirar p´a La Veiga y cogemos el camino de Sucarreras, por allí las castañas son de pared, de las mejores

-¿Pa Sucarreras?. Tas tú buena; ese camín tá lleno de barro y voy ponerme perdidas las zapatillas, así que lo mejor será que bajemos pista abajo que está seco. Y también hay castaños, ¿no?. Bueno si me compras unas buenas zapatillas deportiva voy p´a donde tú digas, le soltó entre risas a la abuela.

Pensó en su madre y en el caldo de castañas. Por asociación de ideas le vinieron a la mente y al gusto las papas de maíz

Ésta prefirió obviar la discusión que sabía no habría de llevarla a ningún sitio y continuó pista abajo, Sabía que al final de la misma había también buenos lugares para el rebusco.

Ramón siguió enfrascado en su móvil. Luisa se aisló en sí misma mientras sus pies se dejaban ir uno tras otro por un camino que había recorrido miles de veces. Antaño con polvo y barro, después ya asfaltado. Pensó en su madre y en el caldo de castañas. Por asociación de ideas le vinieron a la mente y al gusto las papas de maíz. Otro plato emblemático de su niñez.

Ya apenas se cultivaba maíz en el pueblo, su cultivo era ahora tan solo algo testimonial. De vez en cuando encargaba a su hija que le subiese harina de maíz de Cangas y con ella se preparaba un buen plato. A ella también le gustaba; al resto de la familia ni fú ni fá y Ramón no quería ni verlo, ni las papas ni al caldo de castañas. Y los recuerdos se atropellaban en su mente

-Nena, ¡Acábate eso!. No se puede dejar nada en el plato

Aunque los años peores del hambre habían ido quedando atrás aún eran tiempos de pobrezas y escaseces. Se aprovechaba hasta la última miga de cualquier alimento. Quizás era eso, y que las papas y el caldo le permitían llenar bien la tripa, lo que hacía placenteros su recuerdos y gustos culinarios.

Y por entre los árboles y prados cercanos le seguía llegando la voz de su madre

-No se puede tener nunca la casa vacía, puede venir otra vez una guerra, o una revolución, o una peste como La Moderna. Y así en la casa se acumulaban paquetes de garbanzos, sal, harina, judías, arroz, botellas y garrafas de aceite…

Recordaba con una sonrisa como también ellos acapararon de todo cuando la muerte de Franco. O cuando el golpe de Tejero. En uno y otro caso se temieron todos que hubiese otra guerra y con ella llegasen de nuevo la escasez y el hambre. Y no fueron ellos solo, lo hicieron casi todos los del pueblo. Y ella, aun cuando su hija y nietos la reñían, seguía manteniendo los recelos al respecto y la despensa llena de los productos antes citados. Podía pasar cualquier cosa. La situación no está nada bien, se decía.

Dejaron atrás la curva del Repondal y el viejo lavadero de Carbonar. El último tramo del camino estaba lleno de hojas secas y erizos vacíos. Se adentraron un poco en un castañar a la izquierda, donde parecía empezar o acabar un camino. Tal parecía que por allí no hubiese pasado nadie. Había muchos erizos llenos. Ello facilitaría la labor. Y a ella se puso Luisa con ánimo juvenil manejando hábilmente las pañaderas.

Ramón, con total desgana, pisaba uno y otro erizo y se inclinaba perezoso a recoger el fruto sin tan siquiera soltar el móvil.

-¡Joderr”!, gritó sacudiéndose la mano. ¡Vaya pinchazo!. Y encima voy joderme las zapatillas. Esto no pude ser así. No se pueden tener que coger las castañas con un palo doblado como cuando los hombres primitivos. ¡Espera un momento!

-¡No puede ser!. No sale nada. Pero qué carajo… pasa aquí. Y seguía moviendo los dedos con rapidez por la pantalla.

-Ramón, ¿quieres ayudarme y dejar el dichoso móvil?

-No puede ser, no puede ser….

Y remungando contra los móviles y los tutoriales continuó el empinado camino de vuelta a casa

-¿Pero qué demonios es lo que no puede ser?, le preguntó ya un tanto cansada la abuela

-El tutorial, que no encuentro un tutorial que nos diga cómo hay que coger las castañas en el dichoso rebusco… ni fuera del rebusco..

-El tutorial, ¿eh?. O sea que el móvil no te explica cómo hay que coger las castañas, ¿eh?. Luisa se enderezó despacio, sonrió y sin más lanzó las pañaderas hacia su nieto. Le pasaron rozando.

-¡Voy date yo tutorial!, ¡vago! ¡Más que vago!. Y arrea p´arriba que ya tengo bastantes castañas.

Mientras andaba, la abuela seguía hablando a media voz.

– El tutorial…anda que…y lo dice todo serio… o sea que estos jóvenes pa coger castañas tien que mirar un tutorial. Pues con que me mirase a mí ya habría aprendido hace unos años. A lo mejor es que no debo decírselo de palabra ni de cerca, tengo que hacerlo por el móvil, quizás así me escuche y me entienda. Lo de hacerlo seguro que ya es otro cantar.

Y remungando contra los móviles y los tutoriales continuó el empinado camino de vuelta a casa dispuesta a prepararse un buen caldo de castañas. Y si nadie quería, pues para ella sola. ¡Hasta ahí podríamos llegar!.

-¡¡Ahhh!!, se dijo. Y voy facerlo sin tutorial alguno. Sonriendo llegó a la puerta de la vivienda

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R. Mera

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