Sin luz y sin agua en la Cangas del 1.981

Cangas 1082

Corría octubre de 1981, hace 42 años. Aquel Cangas era muy, pero que muy distinta de la de ahora. A lo largo de esta sucesión de Estampas ya le ha habado de algunas de estas situaciones. Para que, al menos los más jóvenes, se hagan una idea de lo conseguido en no tantos años, le traigo hoy un artículo denominado “El asunto del kilovatio” que escribí para La Maniega en aquellos años plagado de ironía y que, guadañando la hierba bajo los  pies de unos y otros políticos de la época, decía así.

“Pese al refrán aquel que señala que “entre dos muelas  cordales nunca pongas tus pulgares”, si no mano entera y Olivetti pronta hay que poner en cuestión la lumínica canguesa.

Mientras la Casa Grande y la distribuidora local andan a la gresca por cables, palomillas y demás ofiles (un impuesto al uso entonces) cuatro candelas pretenden quitara sombras al concejo mientras los cangueses hacen continuas oposiciones nocturnas a romperse la crisma.

Y el asunto trae ya cola, pleitos y querellas internas, reclamaciones de los suministradores, de los consumidores y de la mula de Gaspar. ¡Pues que si quieres arroz! Si pones la cosa a concejo, unos te dirán que es blanco, otros que negro y, mientras, los cangueses van de tropezón en tropezón entre las tinieblas. Y mientras los citados parlotean, nosotros apretamos el cacharro aquel y en vez de encenderse la luz la burra levanta el rabo. Calles, plazas y plazuelas se hallan en la más completa oscuridad. Los pueblos del concejo, si alguien no lo remedia, volviendo a las lámparas de carburo y, a este paso, somos los más firmes candidatos a que nos concedan (aunque haya que crearlo exprofeso) el premio nacional de ahorro eléctrico.

¡Y de nada sirve escribir y protestar!. En este tema siempre ocurre aquello de “cuando el dedo apunta la llaga, el imbécil mira el dedo”

Ya solo nos queda que alguien ordene que los coches circulen con los faros apagados para quelas calles hayan de ser recorridas al tacto. ¡Chusco el caso! :En los almacenes municipales se apilan las bombillas traídas de Madrid. La escalera para estos menesteres adornan el patio; la plaza de electricista sigue sin cubrirse y el hombre de la calle se pregunta boquiabierto qué clase de bendición o bula será necesario anular para que el asunto del kilovatio funcione.

Para más despelote del personal, los domingos también han sido declarados días oscuros y al fallar el ohmio y el cacharro aquel del bombeo del agua del rio a la central de Ambasaguas al ser obturado por las hojas que caen, falla también el bombeo del agua en la villa y hay que  ducharse con gaseosa y bañarse con jabón seco. Las amas de casa agarran supinos cabreo y, paleta en ristre, amenazan con meter en la pota de las berzas a tiros y troyanos, políticos y empresarios, funcionarios y empleados  eléctricos o municipales.

Amenazas vanas de las féminas contra una situación que ha tomado ya carta de naturaleza entre nosotros y en la cual nos ha tocado representar el papel del cántaro en el refrán de Sancho: “Si da el cátaro en la piedra, o la piedra en el cántaro, mal para el cántaro”.

Y así fue durante unos cuantos años

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R. Mera