CANGAS DEL NARCEA.- Cuarto día de Novenas. De prao

CANGAS DEL NARCEA.- Cuarto día de Novenas. De prao

 

Tal parece que los cangueses se habían concentrado en la sevillana Plaza de España. Caía un sol de justicia y el Prao del Molín, tal era el lugar de referencia, se había convertido en una gigantesca paleta de pintor en la que confluían todos los colores y sus mezclas.

Una romería que comenzó de la nada, quizás la única que es de campo y que se celebra en el centro de una población, adquiría carta de naturaleza y presentaba todas sus credenciales a figurar, por méritos propios, en el programa festivo. Méritos que hemos de reconocer a Barriga Hubiera y a cuantos, con ellos, la han hecho posible, incluidos los propios cangueses que la han dado todas sus bendiciones y la viven intensamente.

Algunos comenzaron la noche anterior y recibieron al día con legañas viejas pegadas a los ojos pero con ilusiones nuevas. Con los primeros rezos de la novenas de las ocho de la mañana, los primero martillazos en la instalación de tiendas, sombrajos y chiringuitos, saludaban al sol que, puntual y sin niebla alguna, acudía también a la cita.

Avanzaba la mañana y un reguero de romeros se iban concentrado en el prao cargados de vituallas de todo tipo y bebidas abundantes. Las camisas de las peñas adquirían especial protagonismo debidamente distribuidas en el espacio verde. Primeras, sidras, primeros, vinos y primeras cervezas. Poco apoco el bullicio iba creciendo y las músicas de gaitas llenando el lugar. El sol se sumó a la fiesta luciendo en todo su esplendor y dando, con ello, especial protagonismo al rio: luz, calor y agua como fuente de vida.

Llegada la hora de yantar, una placidez de siesta se apoderó del entorno. Fue el único momento de calma en el día. Al poco, de nuevo músicas, voces, cánticos, alegría y mucho compañerismo y amistades, de siempre y festivas.

Jóvenes, Muchos jóvenes. Todos esos que Cangas necesita para que el concejo no muera en el silencio de la despoblación de las aldeas y que desaparecerán de nuevo tras el último volador festivo. Y cientos de chavalas clónicas, todas iguales, todas cual si hubiese salido en serie de una impresora en 3D. Mínimos pantaloncitos (pantaloncinos, diría mis paisanos de Berzocana) complementados por ajustadas camisetas veraniegas de profundo escotes. Uniformadas todas por la dictadura de la moda y los momentos presentaban también, con excepciones a lo voluminoso, cuerpos “seriados” de medidas estándares.

Fue pasando alegre y alborotada la tarde. La espuma de los bomberos tal parecía que la gozaban más los mayores que los pequeños. De alguna forma en estas fiestas todos volvemos un poco a la niñez y a las nostalgias.

Cuando el sol comenzaba a esconderse tras las montañas y sus rayos dejaban de ser amenazantes llamas de calor, los rezos de la Novena de la tarde se mezclaban con los últimos cantos, con los últimos brindis y las últimas músicas. Hasta el año que viene en el Molín.

 

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R. Mera

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