ENCLAUSTRADOS XV.- Un sábado no sábado

Sábado día 28.- Otra vez sábado. No se inicia el día con el espíritu de otras veces, con la vaguería mañanera de un día no laborable. Ahora se confunden en la mente de cada cual todos y cada uno de los días de la semana. Todos iguales, monótonos, plúmbeos en muchas ocasiones. Hasta la llegada del dichoso “bichito”, tan solo los jubilados confundíamos o no contabilizábamos adecuadamente los días de la se mana, ahora es una no cualidad común.

En mi casa, para evitar esto, sábado y domingos se cambiaban las rutinas semanales, se hacía algo distinto; incluso se podía cambiar el paseo del domingo por la tarde por una larga tumbada en el sofá. Hagan ésto todos los enclaustrados, les romperá las rutinas y aportará algo de aliciente al monótono trascurrir de las horas.

Abro la ventana y me inclino sobre el alfeizar. Ni un alma. Los estacionamientos están todos completos, algo no muy habitual. El sol está ya en las calles, lechoso, timorato, como avergonzado de llegar. Las puertas de los portales están abiertas. Se quiere evitar así que las manos vayan una y otra vez a los pomos.

Un golpetazo me sorprende. Alguien ha dejado caer con fuerza la tapa de un contenedor y el ruido se expende en silencio de la villa como si un barreno se hubiese disparado. Y ello a pesar de las indicaciones de dejar las tapas caídas para evitar tener que tocarlas una y otra vez.

Quizás bajo esa sensación del sábado no sábado mi paseo mañanero se queda esta vez en el pasillo, no viajo con la mente por otros caminos o derroteros incluso ideados.

Leo un artículo de mi amigo Santiago, el bibliotecario de Tineo, agitador de mentes y reivindicaciones del Suroccidente asturiano. Lo publica en su perfil de Facebook. Se dice harto de aguantar sandeces y barbaridades en las  redes con motivo de la pandemia; de no poder dialogar son sentido y respeto. Y dice que se va, que se va al menos hasta que todo esto pase. Y razona, razona con sentido. Algunos amigos intentamos disuadirle.

No entiende el amigo Santi, entre otras muchas cosas como la falta de liderazgo y control, que se puedan hacer mascarillas de todo tipo, con cualquier cosa y en cualquier lugar sin control ni protocolo alguno. Todos a hacer mascarillas. ¿Y si alguien de los que las realiza está ya contaminado?, se pregunta. Y dice: ¿Se imaginan qué ocurriría si una mascarilla de éstas llega a un quirófano, a un hospital repleto o a una residencia de ancianos?. La mascarilla no protegería, ella misma actuaría como trasmisor del virus.

Y nadie parece querer darse cuenta de la situación, argumenta.

Hay también en las redes una tendencia, quizás interesada o dirigida, a mofarse de los actos religiosos que en uno u otro lugar, unas u otras personas, representantes de esta o aquella religión realizan. Craso error, prepotencia de quienes se creen en posesión de la única verdad y del saber hacer en cada momento.

A lo largo de la historia la humanidad, en momentos de guerras pestes y atribulaciones, cuando lo físico y tangible no es capaz de poner remedio a la situación, aparece la religión, lo espiritual, como medicina que apacigüe el espíritu, como bálsamo ante el dolor, y como ayuda a conllevar miserias y enfermedades. Así ha sido siempre y así aparece ahora de nuevo

La mañana va pasando lentamente. Furgonetas de reparto aparcan en carga y descarga. Algún que otro vehículo con letrero de empresa pasa en una u otra dirección. Poco más. En uno de los balcones de enfrente, una pareja toma el sol. Y nos homenajeamos con un menú de régimen total y anticolesterol: Huevos fritos con patatas, jamón y chorizo. Y eso sí, para despistar, una ensalada.

Y entre cabezadas y dormitadas una película va discurriendo en no sé que canal de la tele

Hacia las siete de la tarde, el silencio pesa como una losa sobre una villa envuelta en una tensa quietud.

 

 

 

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R. Mera

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