ENCLAUSTRADOS XVII. Paisanos entregados en la distancia

Lunes 30.

Está el día triste y con nublo. Silencio y quietud en las calles. Nada se mueve, ni vehículos ni personas. Persianas cerradas, quietud inquieta tras los cristales, como ayer y antesdeayer, y antes de antesdeayer. Cuatro grados y llovizna, nieves en las aldeas más altas

En la tarde de ayer sonaron las sirenas en las calles, parpadean y giran las luces de ambulancias, Protección Civil, Bomberos, Policía Local, Guardia Civil… Aplausos en balcones y ventanas. Es el diario homenaje a todos cuantos trabajan por nosotros. Y en ese momento es cuando me viene a la mente. Y es que en ella, en nuestra mente, asociamos el ritmo de la dedicatoria de estos  aplausos a los más cercanos, para nuestro Hospital, nuestros Centros de Salud, nuestras tiendas, policías, bomberos, barrenderos y todos aquellos que se hallan atareados en el diario quehacer, aquí cercanos.

Pero hay muchos cangueses y tinetenses; y polesos, e ibienses, y de Degaña, que efectúan las mismas o parecidas tareas lejos de aquí, lejos de sus padres o abuelos, de sus hermanos, de sus familias en definitiva.

Y quiero hoy, con su permiso, aunar a todos ellos para hacerlos llegar nuestros aplausos en las figuras de dos jóvenes cangueses a los que pongo nombre, aunque seguro que cada uno de vosotros tiene uno para sustituirlo.

El desayuno de Isaías

Isaías es biólogo, técnico de laboratorio, que se ha contagiado en el cumplimiento de su deber. Por la debida y consciente preocupación, ha tenido que dejar a toda prisa la casa de sus abuelos con los que vivía en Madrid para buscar refugio en la de su tía. Había que preservar a toda costa a los mayores. Y allí se halla confinado en una habitación pero con la determinación de un cangués de raza dispuesto a volver en cuanto pueda al tajo de la entrega diaria.

Un poco más allá, otra joven canguesa, Belén, se halla también confinada en su habitación hablando con sus hijos tan solo en la distancia con la barrera de unas escaleras como muralla empinada de seguridad.

Y es que como apunta el dicho, hay gente para todo y en estos casos se hacen presentes para lo malo y para lo bueno.

Les cuento: En una localidad cercana a Aranda, la del Duero, los trabajadores de una residencia de ancianos, al percatarse

El desalojo

de la situación, tomaron las de Villadiego, por miedo, por precaución, por cansancio, por el propio contagio, vete tú saber; el caso es que se largaron dejándolos abandonados su suerte. Tan solo dos empleadas, la recepcionista y la de la lavandería, permanecieron digna y responsablemente en sus puestos. La Diputación incautó la Residencia y movilizó a sus técnicos de asistencia social enviándolos a la misma. Lo que se encontraron fue dantesco. “No sabemos lo que es la guerra, pero debe de parecerse mucho a lo que allí encontramos”, contaban. De los 31 ancianos, 18 tenían fiebre o síntomas compatibles con el coronavirus. Otros 13 no presentaban síntomas, pero habían estado en contacto estrecho con los anteriores.Se procedió al desalojo total y a su traslado, maniobra dura y larga que afectó al sentir y el alma de todos cuantos en ella intervinieron. Y de allí, todos los trabajadores enviados a encerrarse en cuarentana. Y entre ellos Belén. Duro, pero con el sentir espiritual de la obligación cumplida y el sentimiento del deber ciudadano en alto. Dos cangueses, dos ejemplos en la distancia. Nuestro homenaje y nuestro abrazo a todos los que en estas circunstancias se encuentran

Paciencia y feliz jornada

 

 

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R. Mera

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