La audaz fuga de Pablo “Chicha” del Alcatraz eclesiástico

La audaz fuga de Pablo “Chicha” del Alcatraz eclesiástico
La sotana golpeaba fuerte sobre las largas piernas del cura que bajaba embalado calle del Arco abajo.

La tarde se acababa y el sol dibujaba rojos sobre las paredes del pueblo y colocaba coronas de fuego en los canchos. Con la cara un tanto desencajada y una indisimulada expresión de rabia en los ojos, don Delfín se dirigió iracundo al grupo de chavales que se encontraban de tertulia en el Rollino, en la Plaza.

-¡Ya me estáis diciendo dónde está Pablo! ¡Pero inmediatamente!

Los chavales se miraron extrañados y un tanto atemorizados. Sabían de las malas pulgas del cura y de la ligereza de su mano en repartir cachetes y coscorrones. Y también sabían que se refería a Pablo, el monaguillo.

Los chavales sabían de las malas pulgas del cura y de la ligereza de su mano

-No le hemos visto, por aquí no ha venido, acertó a decir titubeante uno de ellos.

Giró malhumorado el cura y con el mismo ímpetu, echando chispas por los ojos, arrancó a grandes zancadas calle Honda arriba. Iba hacia la Calle Carretas donde vivía tía Juana Parrá, la abuela de Pablo, y con la que éste vivía.

Nada más desaparecer, los críos salieron en desbandada hacia uno y otros lugares gritando

-¡Pablo, se ha perdido!, ¡Pablo se ha perdido!, pero vigilando de reojo no apareciese de nuevo el cura. No tardó mucho en correrse la voz por todo el pueblo.

El párroco requirió de tía Juana sobre la presencia de Pablo, pero ésta tampoco supo darle razón alguna de su paradero ya que, dijo, hacía mucho rato que no sabía nada de él. No se preocupó porque pensó que había ido a comer a casa de sus padres.

Amén de tremendamente cabreado, don Delfín estaba cada vez más nervioso

-¿Qué había ocurrido con Pablo?

Pablo en aquellos años, más o menos

El que esto escribe no recuerda muy bien cuál había sido el motivo pese a hallarse directamente implicado en el caso. ¡Vete a saber que habríamos hecho! El caso es que don Delfín, una vez acabada la catequesis dominical, nos castigó a Pablo, a Luis Gordura y a mí, encerrándonos en la sacristía y cerrando la iglesia. Imposible salir por sitio alguno.

Unas horas después, pasado ya el mediodía, regresó y nos soltó a Luis y a mí. No así a Pablo que protestó de nuevo e intentó engallarse con el párroco. Allí quedó encerrado.

Se enfrascó el cura en sus quehaceres y apuntando ya la noche se acordó que Pablo aún continuaba encerrado

Se enfrascó el cura en sus quehaceres y apuntando ya la noche se acordó que Pablo aún continuaba encerrado. Se dirigió ligero a la iglesia, abrió la puerta principal con la gran llave de que esta cerradura disponía y se acercó a la sacristía, abrió y… se quedó de piedra. Pablo no estaba.

Se asustó. Comenzó a ir de un lado para otro. Incluso estuvo tentado de llamarlo a voces, pero se dio cuenta de su ridiculez. Salió hasta el altar mayor, miró a un lado y otro, subió al coro. Nada. A la torre, nada. Pablo se había evaporado y era totalmente imposible que hubiese salido por puerta alguna de las tres de que el templo dispone.

Tras dar otra vuelta por el edificio y mirar por unos y otros rincones, salió, cerró la puerta de nuevo y fue entonces cuando se dirigió a la Plaza preguntando a los del Rollino. No se explicaba qué podría haber pasado. Recorría mentalmente la sacristía y el edificio eclesiástico. Nada, era imposible salir por sitio alguno.

La preocupación del párroco comenzaba a acercarse al miedo. ¿Qué había pasado con Pablo? La noche comenzaba a caer sobre Berzocana.

Dejemos a don Delfín con sus tribulaciones y regresemos un poco atrás en el tiempo.

Una vez que Gordura y yo nos vimos libres, acudimos raudos a casa con el fin de que en las mismas no se notase nuestra tardanza en llegar a comer y nos viésemos obligados a tener que dar explicaciones. Llegamos por los pelos y una regañina sí que nos cayó, pero la cosa nos fue más allá. Habíamos logrado que no se enterasen de nuestro arresto, algo que en aquellos años, de haberse producido, nos hubiese llevado a que, al enterarse en casa, nos colocasen otro castigo sin pedir explicación alguna.

Antes de separarnos Luis y yo habíamos acordado quedar después de siesta en la Plaza para ir hasta la fuente de las Carretas dónde aquel había quedado con Miguel Esquelina, Pedro Tarata, Mecalienta y algunos más, para ir a ranas.

Subíamos calle Honda arriba, muy cerca ya de la casa de Luis en la que vivía con unos tíos, (Petrita y Vicente) sin que por ello se nos ocurriese preguntarnos dónde andaban sus padres o de dónde había venido.

El silencio de la siesta aún se dejaba sentir en la calle. Entonces oímos un siseo

-Chistt, chistt. Pepe…, Pepe…

Miramos a un lado y otro, no veníamos a nadie

-Parece Pablo, dijo Luis

-Aquí, aquí.

Ahora reconocimos la voz. Sí. Era Pablo. Pero ¿dónde estaba?

-¡Aquí!, se oyó un poco más fuerte.

Saliendo de la pared vimos una mano y medio hombro de Pablo haciéndonos señales desesperadas.

Miramos ambos hacia el ábside de la iglesia. Y allí estaba. Saliendo de la pared vimos una mano y medio hombro de Pablo haciéndonos señales desesperadas.

-¡Sacaime de aquí!, medio gritó entre nervioso y asustado.

Luis y yo corrimos hacia allí. El agujero, una especie de mirilla, y la cabeza de Pablo destacaban en la pétrea pared del edifico eclesiástico

-¿Pero cómo demonios…?

Pablo, dada la pequeñez de su cuerpo, sacó la cabeza y casi medio cuerpo fuera.

¡Sujetáime!, nos dijo decidido.

 Gordura y yo subimos todo lo que pudimos en el arbotante (los botantes, decíamos nosotros) y extendimos los brazos. Poco a poco, con gran trabajo, enrollándosele la camisa y llevándose más de un raspón con los salientes de las piedras, Pablo fue sacando su pequeño cuerpo hacia afuera. Le sujetamos con nuestros brazos y le bajamos. Nada más verse en el suelo corrimos los tres como condenados camino de las Carretas.

Nada más verse en el suelo corrimos los tres como condenados camino de las Carretas.

Nada más llegar a la fuente nos sentamos resoplando. En ese momento nos dimos cuenta de lo ocurrido, algo que a don Delfín no se le pasó por la cabeza en ningún momento. Esos conocimientos eran exclusivos de la monaguillería. Bueno, y también del sacristán que no nos dejaba husmear allí.

A estas alturas de la aventura, la mayoría de los monaguillos que nos precedieron, y algunos de los que detrás vinieron, ya habrán entendido lo ocurrido.

Efectivamente. Bajo el suelo de la sacristía existía un sótano (que ahí sigue, pero casi cegado) al que se accedía a través de una trampilla colocada en el suelo y que en aquel entonces comenzaban a utilizar las mujeres que limpiaban la iglesia para tirar basuras, flores secas y otros desechos. Pese a ello el espacio era mucho, se podía estar perfectamente de pie e ir de un lugar a otro dentro del mismo.

El agujero pasaba desapercibido si uno no se fijaba en el muro

A ese espacio la luz le llegaba a través de  una mirilla más o menos rectangular que daba a la calle Carretas, casi enfrente de la casa de Luis, pero que venía a pasar prácticamente inadvertida si uno no se fijaba bien en el muro.

El agujero hoy con dos ladrillos más que entonces en su parte inferior

Pablo, en su encierro y aunque tardó, se dio cuenta de ello y decidió utilizarlo para “su fuga del Alcatraz eclesiástico”. En su visita a la sacristía para liberarle, don Delfín no se dio cuenta porque, hábil o quizás instintivamente, Pablo, una vez que bajó al sótano, cerró la trampilla y, por eso, el cura ni se dio cuenta de la fuga.

Ya anochecido, Pablo acudió a casa de su abuela de la que recibió una buena regañina ya que Don Delfín había vuelto buscándole otra vez. Pablo se hizo el sosca y se fue a la cama. Ni que decir tiene que tanto Luis Gordura como yo no dijimos ni mu en casa.

Ni el cura ni Pablo volvieron a hacer nunca comentario alguno de lo sucedido

Del desenlace tan solo sé que el cura pudo dormir tranquilo esa noche pues alguien le comunicó que Pablo ya había aparecido y la forma en que salió del encierro eclesial. Ni él ni Pablo volvieron a hacer comentario alguno al sucedido. Sí entre nosotros que tantísimo años después aún seguimos recordando y regodeándonos con la aventura.

Desde entonces Pablo no quiso saber absolutamente nada de aquel párroco pese a que ya hace unos cuantos años que falleció siéndolo de Don Benito.

.Comparte en tus redes sociales
Share on Facebook
Facebook
Tweet about this on Twitter
Twitter
Share on LinkedIn
Linkedin
Pin on Pinterest
Pinterest
Share on Tumblr
Tumblr

R. Mera

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.