CANGAS DEL NARCEA.- EL ARBOLÓN EN MADRID

CANGAS DEL NARCEA.- EL ARBOLÓN EN MADRID

Escrita para el Portfolio festivo de 2015 por José Luis R. Mera

Acababa Junio y ya había anochecido en la Glorieta de Bilbao en Madrid. Mediaban los ochenta y, no se cómo ni porqué, sucedió lo que seguidamente les narro debidamente aderezado, eso sí, para que todo adquiera sentido. Digo sentido en cuanto a la redacción porque el hecho en sí, de sentido, poco.

 En aquel entonces, la glorieta presentaba un entorno distinto al actual, sobre todo en cuanto a negocios compete, especialmente en lo que a bares y terrazas se refiere ya que había más que ahora. Con respecto a aquellas fechas creo que tan solo el Café Comercial conserva todas sus características externas e internas. Tas su cierre (después de escribir este artículo) también se han modificado

Unos jóvenes estaban en una terraza, más o menos en el tramo que delimitan Carranza y Fuencarral, y sobre la mesa comenzaban a amontonarse vasos vacíos. Dado el buen tiempo, la animación era intensa tanto en los bares como en el apresurado ir y venir de las gentes. Junto a la salida del metro, algunas jóvenes en espera lucían sus encantos abiertos ya el sol veraniego provocando que más de alguno trastabillasen en su andar al mantener girada la cabeza durante demasiado tiempo.

-¡Hostias!, hoy es el Arbolón!, dijo  de repente uno de los jóvenes de la mesa

-¿Cómo que…..?, pues es verdad, mañana es San Pedro. Esto merece otra ronda.

Villabol llamó al uniformado camarero y pidió cañas para todos.

-¡Vasos de los grandes jefe!, que vamos a celebrar el arbolón, dijo al camarero cuando ya éste se alejaba.

-¡Coño, Villabol!, digo yo que si es el arbolón deberíamos beber vino.

-Luego, nin, luego, no te apures.

Aquí, pero entonces, empezó todo. MERA
Aquí, pero entonces, empezó todo. MERA

Se palpaba que los jóvenes, una media docena, eran de Cangas del Narcea, lugar en el cual la fiesta del arbolón goza de una gran tradición y es muy festejada “y bebida”, según apuntaba el mismo Villabol. No vamos a pararnos aquí a describir en qué consiste pues imagino que la gran mayoría de mis lectores ya están al tanto de ello. Como también lo estarán muchos de quien era Villabol. Peculiar personaje cangués, criado en el Lagarón, y que en aquel entonces regentaba en Madrid una tienda de televisores y aparatos electrónicos con su correspondiente servicio técnico. Él no paraba mucho en la tienda, pero en sus largas ausencias solía cuidársela un indio que regentaba la de al lado. Villabol, que presumía de una acusada cojera, “que gustaba a las mujeres” vivía Cangas con todos sus sentidos. Su figura fue durante años un referente en las fiestas del Carmen.

-Nenos: ¡A por el árbol!, se levantó entusiasmado el infrascrito

-No me jodas Villabol.¿a onde coño vamos a ir a por un árbol?

Villa dudó un momento antes de soltar rotundo:

-Al Parque del Oeste

Las carcajadas retumbaron en la glorieta y lograron que todos los clientes de alrededor se volvieran hacia ellos y comenzaran a querer saber que ocurría. El caso es que se levantaron. Dudó Villabol. En ese momento miró fijamente a la mesa de al lado y llevándose el dedo índice a la sien dijo:

Una sombrilla gemela a aquella. MERA
Una sombrilla gemela a aquella. MERA

-¡Quieto to dios!. El árbol ta aquí.

-Agarró la gran sombrilla colocada junto a la mesa sobre una gran base de cemento

-¡Nenos, ayudaime a echarlo abajo, no hacen falta ni sogas!

-La tropada se puso a la tarea entusiasmada. La gente comenzó a mirarlos, unos, y a pararse a ver que sucedía otros.

Sacaron la gran sombrilla y con gran alboroto la colocaron longitudinalmente en el suelo

-¡Viva María L´Aire!

– ¡¡Viva!!

-Los gritos surgieron espontáneos. Aquellos jóvenes habían dejado de estar en la Glorieta de Bilbao, en Madrid, y se habían trasladado a Cangas. Estaban junto al Luiña echando abajo el árbol.

-La copa, hay que sujetar la copa no sea el demonio que se desgracie, dijo uno de ellos.

Ni cortos ni perezosos dieron la vuelta a la tela girando las varillas hasta colocarlas en dirección contraria a su natural y comenzaron a atarla  alrededor del mástil con las cuerdas que tenía la misma. El personal comenzaba a formar corro a su alrededor.

-¡Viva María L´Aire! ¡Viva Cangas!

Uno de los jóvenes lanzó unos cuantos voladores imaginarios

Enarbolando su bastón, Villabol comenzó a dar instrucciones a los mozos:

-A ver, los más pequeños a la copa, los más fuertes conmigo adelante.

Corrían de un lado a otro de  la sombrilla con gran seriedad colocándose debidamente alineados junto a la misma uno de un lado otro del contrario. Uno de ellos cogió un gran puñado de servilletas y, arrebujadas, se las colocó en el hombro bajo la camisa. No tardaron en imitarle los demás. No quedó una servilleta en ninguna mesa. El personal, sin saber de qué iba todo aquello, comenzó a reír y sonaron los primeros aplausos. Los cangueses actuaban con una seriedad absoluta.

-A la de tres, señaló Villa bastón en alto

Alineados junto a la sombrilla  el resto esperaban la orden serios y concentrados

-Una… dos… y tres, ¡arriba!

Subió la sombrilla entre tacos y palabrotas aquí irreproducibles como si pesara más de mil quilos. Mostraban el esfuerzo con gran realismo. En ese momento estallaron los aplausos. El camarero miraba atónito con una bandeja llena de cañas en la mano

-¡Viva María L´Aire! ¡Viva el Arbolón!

Y arrancó la comitiva con la sombrilla al hombro de los cangueses que no tardaron en detenerse, echando abajo “el árbol” con una gran puesta en escena delante del bar más cercano, ya casi esquina a Carranza.

-¡Joder!, aquí siempre tiramos los mismos, otros se escaquean que da gusto.

-Dejaibos de protestar ya bebéi, hostias, riñó el que en ese momento salía del bar con una gran jarra de espumeante cerveza y un vaso que fue pasando, cual cacho en Cangas, por todos y cada uno de ellos.

Pasado un rato de más vivas y más cervezas, y entre un cada vez más expectante personal, los cangueses decidieron reemprender la marcha.

-¡Arriba gandules” ya asegurai bien la copa. Una…dos…¡arriba!. Con gestos de gran esfuerzo se echaron a hombros la sombrilla y reemprendieron la marcha.

Pasaron Carranza y Malasaña de un tirón y, agotados por el peso y apremiados por la sede, pararon en un pequeño bar semiesquina a la calle citada y allí depositaron de nuevo su árbol en el suelo, sentándose encima y secándose afanosos el sudor. El bar citado, que muy cambiado todavía existe, era más bien una taberna clásica de precios más baratos que en el resto y con una clientela más del barrio. Se inclinaron por el vino que sacaron en dos jarras mientras uno de ellos seguía lanzando imaginarios voladores al cielo madrileño.

Aquí estaba el imaginario Sotero. MERA
Aquí estaba el imaginario Sotero. MERA

Uno de ellos reparó que, tras la barra había una mujer.

-¡Coño Pilar! , echa vino en condiciones, ¡y del bueno no seas rácana!

-¡Sotero!, ¡Sotero!, ¡Sotero es cojonudo!, ¡Coooomo el Sotero no hay ningunooo!. ¡Viva Pilar! ¡Viva la Quilica!

– Era más que evidente. Los cangueses, en su imaginario festivo, acaban de llegar con el arbolón ante el Sotero, ya junto al puente de Ambasaguas.

Corrió el vino abundantemente y aumentaron los curiosos. La estampa era surrealista. La gran sombrilla en el suelo. Sentados en la misma, con un gran vaso de vino en la mano, una media docena de mozos y dos o tres de pié, también con vaso frente a ellos. Sonaban uno y otro viva y tenían montado tal barullo que tal parecía aquello romería de prao que calle importante en Madrid. Algún cagamento que otro puso un tanto nerviosos a algunos de los espectadores.

Pasado un rato, vacíos ya vasos y botellas, los esforzados mozos continuaron la marcha. Cruzaron Fuencarral y rápidamente echaron de nuevo abajo la sombrilla repitiendo la parafernalia canguesa. Estaban frente al Café Comercial, cafetería de gran prestigio en la villa y corte y lugar de tertulias literarias en que el este escribidor también hizo sus pinitos allá en su ya más que lejana juventud.

En la terraza se apreciaba el nivel de la clientela y la edad media de la misma se alineaba en su conjunto por encima de los cincuenta. Al principio mostraron sorpresa, pero no tardaron en esbozar, discretamente eso sí, alguna que otra sonrisa ante la situación. De nuevo aparecieron el vino y los vasos y de nuevo arreciaron los vivas.

-Oiga usted. ¿Están celebrando ustedes algo especial?, preguntó una enjoyada señora que, acompañada de otras dos, estaba sentada en un velador, dirigiéndose a Villabol.

-Pues mire usted señora mía. Efectivamente. Estamos celebrando el arbolón, y el arbolón es ese que ve usted en el suelo, aunque a primera vista le parezca una sombrilla. Y no le explico más, porque ya apalpo yo que usted es una paisana inteligente, vamos que no es de Tineo. Hoy es víspera de San Pedro ¿no?. Pues en mi pueblo, que es Cangas del Narcea, nunca dejamos solo al santo y siempre, con San Pedro, va el arbolón. Ese que ve usted en el suelo, señora mía, con su copa intacta como debe de ser para que pase por encima del campanín de la ermita, la del Carmen, claro. ¿Usted cree en la Virgen?

-Sí hijo sí, como no vamos a creer, somos muy devotas.

-Pues nosotros lo somos abondo, sobre todo de la del Carmen de verdad que es la nuestra; la de Luarca ya es otra cosa. Ya por eso mismo llevamos el árbol, es la ofrenda.

-¡Viva la quilica!

-¿Y que es eso hijo?

-Lo que decimos en Cangas cuando llevamos el arbolón a la Virgen. Usted diga viva

-¡Viva la quilica!

-¡Viva! gritaron la mujeres dando palmaditas.

Dos o tres de los cangueses se acercaron a la mesa entre grandes risas

-¡Viva la quilica!

Y las mujeres vitoreaban con ellos provocando un gran cachondeo sin que aquellas inocentes mujeres se percatasen de ello

El corro se había agrandado ya de tal manera que era difícil el paso por la acera. Los cangueses invitaban a cerveza a los de las primeras filas

-En Cangas esto nun ye un vaso, sino un cacho y bebemos todos del mismo

Ni que decir tiene que el personal rechazaba la invitación. Entonces, el oferente daba un trago y ofrecía al siguiente en el mismo vaso. Nueva negativa.

Frente al Comercial se había organizado ya un verdadero tapón. Algunos comenzaban a protestar. La sombrilla continuaba tendida en el suelo con los cangueses sentados sobre ella.

-¡Despejen, despejen!

Dos guardias, dos grises, se habrían paso entre la gente

-¿Qué ocurre aquí? ¿Quién ha puesto esa sombrilla en el suelo?

-Miren ustedes señores guardias. No es una sombrilla, es el arbolón y vamos a llevarlo frente a la ermita del Carmen como hacemos en mi pueblo que es Cangas del Narcea. Villabol tomaba la iniciativa

El Comercial días antes de su cierre. MERA
El Comercial días antes de su cierre. MERA

-¿Encima quiere cachondearse de mi?. Venga, todos a Comisaría

-Que no señor guardia que no es cachondeo, se lo explico yo mientra echamos un vaso y verá como lo entiende.  Vamos pa dentro.

El guardia se puso rojo, levantó las cejas y arrugó el entrecejo. De un vehículo policial (una lechera en el decir de entonces) se bajaron nuevos grises.

-¡Todos al coche, a la comisaría!

-Voy yo señor guardia, yo ya este, dijo Villabol con resolución. Los metieron en el coche. Al resto les obligaron  a recoger la sombrilla y a colocarla junto a la pared de forma que no obstruyese el paso. Marchó el coche y se deshicieron los corrillos entre risas y aplausos.

Al llegar a la comisaría de Chamberí los sentaron en unas sillas a la espera del papeleo. En esta estaban cuando entró el comisario

-¡Coño Villabol!, ¿otra vez por aquí?.

-Buenas tardes señor comisario. Otra vez un mal entendido, como siempre. Fíjese señor comisario: tábamos nosotros tomando una cañas cuando atopamos que hoy era la noche de San Pedro. Y como en mi pueblo, que sabe usted que es Cangas del Narcea, se celebra robando un árbol y ….

-Para, para Villabol, que seguro que ya me vas a contar alguna animalada de las de tu pueblo como esa de tirar no se cuantos kilos de cohetes a la vez. Espera ahí.

El comisario se adentró en las oficinas y no tardó en salir de nuevo.

-Hala Villabol, vamos a tomar algo y me cuentas eso del árbol, de robarlo, de plantarlo de nuevo y que el río baja lleno de vino.

Marcharon los tres en amigable camaradería. Al rato, en una cervecería cercana, junto una mesa llena de vasos vacíos el comisario y Villabol brindaban entre risas.

-¡Viva María L´Aire! ¡Viva el arbolón! ¡Viva la quilica!

NOTA: Cuento esta historia, debidamente adereza, tal y como me la contó Villabol. No me dio, o no recuerdo, el nombre de los cangueses que con el estaban. Quizá alguno de ellos lo recuerde al leer, alrededor de cuarenta años después, estas líneas.

 

 

 

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R. Mera

Un comentario en «CANGAS DEL NARCEA.- EL ARBOLÓN EN MADRID»

  1. Conociendo como conocí a Villabol, no me extraña nada del extraordinario relató que aquí recoges amigo Mera. Para uno que aunque no es cangues de nacimiento pero sí de adopción, leer esta historia casi cincuenta años después de marchar d Cangas me hizo saltar las lágrimas.

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