ENCLAUSTRADOS VI.- San José

Jueves, día 19. Hoy he decidido un paseo tranquilo y de relajación. He transformado fácilmente mi pasillo en Los Nogales y voy una y otra vez desde la zona del viejo matadero hasta el puente de Los Penones.

Hay un sol tibio, como el de aquellos días de Navidad de mi infancia extremeña. El termómetro marca seis grados. Y en estas caigo: Hoy es 19 de marzo, San José; fiesta antaño de gran predicamento en la Iglesia y en la sociedad y que quedó arrinconada tras los acuerdos laborales de la transición y la adaptación a los nuevos tiempos y el calendario laboral.

Durante muchos años, allá en mí ya muy lejanas etapa juvenil y de mocedad en Navalmoral de la Mata y Madrid, tal día como hoy siempre me llegaba un paquete de mis padres. El bollo de Pascua, la bolla de chicharrones, magdalenas y mantecados de la tierra y productos de la ya curada matanza. En una de mis vueltas creo percibir el olor de aquellos entonces.

Recuerdo como el Comercio del Médico se negó a abrir el día de San José durante unos cuantos años, hasta que lo de ser laborable se fue transformando en costumbre. También don José Solís, el maestro, no daba clase en esta festividad. Se jubiló sin ceder. Siempre había un compañero para sustituirle.

Todo ha cambiado ahora. En estos días vivimos unos tiempos de incertidumbre y temores. Estamos descubriendo entre

nuestras idas y venidas de la cocina al salón y del ordenador a la ventana a valorar la libertad como un ligero apunte de lo que supone su ausencia.

Día del padre sin besos y sin regalos. Día con recuerdos y añoranzas, pero ya vendrán tiempos mejores y entonces repartiremos todos los besos atrasados y todas la felicitaciones.

Acabo el paseo y paso al campo de las lecturas, seguidamente al de la escritura. No mucho, avanzan las horas y hay que atender la cocina. Desgranan en la radio ofrecimientos de ayuda, ideas de entretenimiento y maneras cien de entretener a los niños. Ven mucho más complicado lo de los ancianos. Sigo pensando que no somos tan malos. Y ello pese a los de los perros de cien paseos, las bolsas como justificantes de las salidas a destiempo y otras peregrinas ideas. Puede que en muchos casos no haya conciencia social, pero al final siempre aparecerá el instinto de supervivencia.

Quizás tenía razón Pascal cuando señalaba: “Todas las desgracias del hombre se derivan de no saber quedarse solo en su cuarto”.

Paciencia y feliz jornada

 

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R. Mera

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